viernes, 12 de abril de 2019

Siluetas porteñas Hoy: Oscar Alonso


La tarde es fría y lluviosa. El dueño del café " 25 DE AGOSTO " comienza a tapizar con aserrín el suelo desparejo y húmedo del viejo boliche, allá en la ciudad de LAS PIEDRAS, en el URUGUAY. Corre el año mil novecientos cuarenta y tantos... y hay esa noche mayor número de parroquianos, y mucha expectativa, flotando en el ambiente denso de humo y de alcohol, del viejo café de la Avenida Artigas. Un disco gira en el viejo gramófono de corneta y cuando por momentos enmudecen los pitazos de las locomotoras, de la cercana estación la voz grabada se percibe en todos sus matices, imponiendo a toda la concurrencia de todo el café un silencio pleno de admiración y silencio. La dicha y fortuna me fueron esquivas... Las sentidas estrofas del tango " San José de Flores " cobran vida y se renuevan en la expresión y en el mágico calor de esa voz varonil y dramática. Es la voz de Oscar Alonso que llega desde la negra circunferencia giratoria atravesando el humo, enredándose entre las copas del mostrador, removiendo recuerdos, abriendo viejas heridas, deteniendo en la mitad de su vuelo el pucho que la mano temblona de un ebrio lleva a los labios, sentado junto a la ventana. Y es que de todos los presentes se ha adueñado la sugestión poderosa de esa voz, plena de intensa vida. Esta noche se presentará Oscar Alonso con sus guitarristas en el Teatro Avenida, cumpliendo una de las últimas actuaciones de su gira por el Uruguay, antes de regresar a Bs. As. Y esta noche, en el viejo café 25 DE AGOSTO nos hemos congregado a esperarlo, todos los que no disponemos del importe para pagar la entrada en el teatro. Se ha corrido la voz de que el gran cantor vendrá luego de su actuación al boliche, con los amigos que le acompañan, para hacer tiempo y tomar una copa, mientras llega el tren que deberá llevarlo a Montevideo, y algunos de los más audaces piensan pedirle que cante allí, en el boliche, para los que no tuvieron la suerte de poder verlo. De pronto, el canillita de la puerta, que atisba calle arriba las tres cuadras que median entre el teatro y nosotros, nos pone sobre aviso, y minutos más tarde, varias personas llegan al café. En medio del grupo se destaca un morocho corpulento, de rostro simpático y socarrón, y aspecto de luchador. Es Oscar Alonso en persona. En seguida lo rodeamos, y luego de un par de copas y de aguardar impacientes un tiempo prudencial, le pedimos que cante. El formidable morocho no se hace rogar, y nos regala tres viejas canciones, que en su voz parecen recién nacidas. Mientras canta, solo se oye la respiración de treinta pechos emocionados... Y cuando la última nota de la canción agoniza en su garganta como una lágrima, una atronadora salva de aplausos, y un ensordecedor griterío conmueve las paredes del viejo café. En la estación, el tren ronronea desde sus entrañas de fuego su constante y eterna sed de distancias, mientras arroja por los grifos laterales un abundante y blanco aliento de vapor.. Inmediatamente la locomotora grita su despedida estridente y el tren se aleja llevando la simpatía de Oscar Alonso asomada a la última ventanilla, mientras su mano ancha, carta de honradez y hombría, nos envía el último saludo... Son las dos de la mañana y la "vieja " debe estar intranquila.. Me vuelvo a casa rápidamente, gustando en el recuerdo las canciones de Oscar Alonso y pensando que no hay nada que hacerle: " Después del que te dije, primero él..." JULIO SOSA

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