viernes, 29 de marzo de 2019

As de Cartón

La Casita de mis Viejos


Uno


Quién hubiera dicho y Tengo Miedo

Sus ojos se cerraron

En esta tarde gris , María y As de Cartón { Fragmento }


Treinta y dos escalones


He llegado tarde a tu vida. Los dos llegamos tarde. Yo a la tuya, tú a la mía... Arrastrábamos juntos un pasado de ruinas la diabética herida que no quiere curarse... Vanos fueron los sueños y la fuerza empeñada pudo más el veneno de las horas vividas el recuerdo indeleble de amarguras pasadas. Lavé mis manos sucias en las tranquilas aguas de la esperanza buena y entonces renovado quijotesco y absurdo emprendí la cruzada... Qué inútil fue mi esfuerzo porque no me importaran los celos del pasado. Qué agonía espantosa fue saber que mis labios no fueron los primeros que tus labios besaron... Que fuiste de otros hombres que amaste o te amaron... Qué grotesco y qué vano fue tratar de olvidar que en días anteriores tu mente estuvo grávida de oscuros apetitos tus pies tuvieron alas detrás de otros amores... Qué inútil fue mi esfuerzo porque no me importaran los celos del pasado ni el amor propio herido ni el impulso asesino que endureció mi mano aferrando una copa en impotente amago... Tal vez por cobardía por el miedo invencible de comprobar de cerca que la carne maldita es más fuerte que el alma... Y enemigo pequeño no se encuentra en la tierra cuando el hombre disputa con avidez de fiera la caricia deseada dos sábanas, dos piernas dulce abismo inconcluso que conduce a la nada... Treinta y dos almanaques sacuden sus inviernos amarillos y helados en mi frente cansada. Treinta y dos escalones cuyas losas rosadas se tornaron oscuras, moribundas, gastadas. De pie sobre el más negro, el último peldaño que alcanza mi existencia el más débil y oscuro. Desde allí, con tristeza contemplo tu partida y dejo que te vayas...

Desde mi sillón


He arrimado mi sillón a la ventana y allá abajo a mis pies adormecidos la viscosa serpiente de la calle se retuerce en su gris tinte sombrío. Un bostezo de noche la protege un borracho babeante la atraviesa y su paso de plomo tropezante muerde en ecos la sombra de mi pieza con sus ojos de lámparas eléctricas derramando fulgores enfermizos prpadeando la calle despereza su amarillo fulgor de oro ficticio. Enseñando en su cuerpo lacerado la herejía morbosa de la infancia cruza escuálido un perro abandonado las gastadas baldosas de la plaza. Va golpeando su palo un vigilante en la reja dormida de una casa mientras hieren sus ojos penetrantes los oscuros galpones de la fábrica. Se despierta un letrero luminoso pregonando estridencias de colores y, alumbrado su rostro maquillado, miente ya el cabaret dicha y amores. Tenebroso panteón del hambre eterna que alimenta su estómago vicioso con los muertos que acuden noche a noche a fingir que están vivos y dichosos. Por sus fauces desfilan inconcientes macilentos los rostros y las almas y en la cueva brumosa de su boca asesina ilusiones, y las traga. Y vomita en la fría madrugada la locura ojerosa y elocuente de sus seres que muertos están vivos y están vivos recién cuando se mueren. Los espectros dolientes de la orgía llorarán el la calle somnolienta y debajo del traje de princesa morderá su embriaguez la cenicienta. A la fría pobreza de sus cuartos correrán los robots desheredados y también llevarán los opulentos a su lujoso lecho igual cansancio. Llora el rico de su alma la pobreza y de enorme tesoro el pobre es dueño pues al pobre le queda una riqueza: la cuantiosa fortuna de sus sueños. Y después, cuando el sol brilla en el cielo y enrojece los grises edificios es el cruel cabaret inocente abuelo con su aspecto de viejo consumido. Con qué gusto volcaría entre sus fauces las estériles noches que me quedan si pudiera lograr que no me abrace este duro y fatal sillón de ruedas...

La búsqueda


Otra vez el agónico beso semejante y distinto en cien bocas. Otra vez el orgasmo demente y una nueva esperanza que aborta. Otra vez el cadáver de un sueño naufragado en un lago de esperma. Lujurioso y sediento, el cerebro sublimiza las frases obscenas. Otra vez la caricia crispada en la mórbida carne de seda. Nuevamente las mismas palabras siempre iguales mintiendo promesas. Otra vez el temblor convulsivo precursor del abismo adorado. Siento en mí la presión de tus muslos un inmenso collar nacarado... El marfil estatuario del vientre es testigo del húmedo beso que palpita en mi boca afiebrada y en la seda sin par de su sexo. Y un violento huracán de lujuria convulsiona sus manos de lirio y su monte de Venus se agita bajo el beso que es dicha y martirio. Luego aplasta mi pecho jadeante la armoniosa esbeltez de sus senos y penetro su carne, y su boca se hace beso en el grito supremo. Después, siempre es igual, sin palabras crece el gran malhumor del cansancio y qué frío y ausente es el beso un instante después del orgasmo... Otra vez el inútil intento por creer que el amor está cerca y dejar pesaroso la almohada con el alma más vieja y enferma...

Su Tragedia por Crónica TV


El Firulete { Hablado y Cantado en Película y un Fragmento }

" No me pidas amor " por Julio Sosa


Cómo Julio Sosa se convirtió en el "Varón del tango"


A 92 años de su nacimiento, un repaso por la vida del cantante uruguayo que dejó la versión más sentida de "Cambalache". En la cumbre de su carrera murió trágicamente a los 38 años Dueño de una voz potente y porte gardeliano, Julio María Sosa Venturini nació en Las Piedras, Uruguay, el 2 de febrero de 1926, y pese a haber iniciado su carrera en su tierra natal logró la fama cuando llegó a Buenos Aires. Surgido de una familia humilde que debió enfrentar la pobreza. Su padre, Luciano Sosa, era peón de campo y su madre, Ana María Venturini, lavandera. Cuando adolescente, Julio realizó diferentes changas para ganar dinero y aportar a la familia, pero sus sueños de cantor ya estaban arraigados por lo que se presentaba en cada concurso que se hacía en Uruguay. Fue así que llegó a la orquesta de Carlos Gilardoni en la ciudad de La Paz, luego se trasladó a Montevideo y en junio de 1949, ya disuelto su temprano matrimonio a los 16 años, se mudó a Buenos Aires donde comenzó a cantar en distintos cafés. Enseguida ingresó a la primera de las tres orquestas que integró durante los 15 años en los que cantó en Buenos Aires donde supo destacarse con su estilo. Hasta hoy es considerado uno de los cantores más importantes de la segunda mitad del siglo pasado. Murió de manera trágica. El 25 de noviembre de 1964 Julio Sosa había participado de un programa radial y, al igual que hizo Carlos Gardel (la mitad de su repertorio fueron versiones de los tangos grabado por El Zorzal) antes del terrible accidente aéreo en Medellín, esa noche cantó La gayola (parte de su texto se destaca sobre este párrafo). Luego de cumplir con su presentación, ya de madrugada, chocó contra un semáforo de Avenida Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla a tal velocidad que su auto pasó sobre una estructura de cemento que contenía el semáforo y frenó 50 metros después. Algunos dijeron que había bebido de más, pero quienes lo acompañaron aquella noche lo desmintieron y aseguraron que había estado nervioso y de mal humor. Se conocía su gusto por la velocidad y la poca habilidad al volante, mala combinación. Tras el choque fue llevado al Hospital Fernández y alrededor de las 7 de la mañana lo trasladaron al sanatorio Anchorena porque necesitaba ser intervenido: cuatro de sus costillas se habían hundido provocando serias lesiones en uno de sus pulmones y tenía conmoción cerebral. A la tarde de ese mismo día lo operaron dos veces para salvar su vida, no pudieron. A las 9:30 del 26 de noviembre de 1964, el Varón del tango, murió a los 38 años. Fue velado en el Luna Park por pedido de Hugo del Carril y al otro día una multitud acompañó el cortejo fúnebre a pie hasta el Cementerio de la Chacarita bajo una lluvia torrencial. Tras su muerte vendió más de 150 mi discos y aún hoy es aclamado como uno de los mejores cantores de tango. La voz del "Varón del tango" Cambalache es sin dudas uno de los tangos que se relacionan con su voz. Letra y música de Enrique Santos Discépolo (1935).

Precisiones


Julio Sosa Nombre real: Sosa Venturini, Julio María Seudónimo/s: El Varón del Tango Cantor y poeta (2 febrero 1926 - 26 noviembre 1964) Lugar de nacimiento: Las Piedras (Canelones) Uruguay Por Roberto Selles in lugar a dudas, Julio Sosa fue el último cantor de tango que convocó multitudes. Y en ello, poco importó que casi la mitad de su repertorio fuera idéntico al de Carlos Gardel, aunque también es cierto que interpretó algunos títulos contemporáneos. Como dice el investigador Maximiliano Palombo, «fue una de las voces más importantes que tuvo el tango en la segunda mitad de los años cincuenta y principios de los sesenta, época en que la música porteña pasaba por un momento no demasiado feliz». Posteriormente, dada su temprana muerte, se intentó repetir con él el mito Gardel, pero Sosa no era Gardel la extroversión y la carencia de ternura de su voz lo alejaban del paradigma del cantor de tangos. Por otra parte, al perderse su imagen, desaparecieron sus condiciones actorales, tan unidas al sentido de lo que cantaba. De todas maneras, quedó su recuerdo, sobre todo en la generación que lo vio surgir y en las posteriores, como una de las más reconocibles e insoslayables figuras de la historia del tango. Con el nombre de Julio María Sosa Venturini, nació en la localidad de Las Piedras, departamento de Canelones, Uruguay, el 2 de febrero de 1926, en el matrimonio formado por Luciano Sosa, peón rural, y Ana María Venturini, lavandera. Apenas terminados los estudios primarios, la pobreza lo llevó a enfrentar la vida con cualquier conchabo que se le presentara. De ese modo, ejerció las más diversas ocupaciones: ayudante de mercachifle, vendedor ambulante de bizcochos, podador municipal de árboles, lavador de vagones, repartidor de farmacia, marinero de segunda en la aviación naval... Pero sus ambiciones eran otras. Y tras esas ambiciones, intervenía en cuanto concurso de cantores se le pusiera a tiro. También apareció el amor, que lo condujo al altar con sólo dieciséis años; dos más tarde, se separó de aquella muchacha, llamada Aída Acosta. Por entonces, se inició profesionalmente en la ciudad de La Paz (Uruguay) como vocalista de la orquesta de Carlos Gilardoni. Se trasladó luego a Montevideo, para cantar con las de Hugo Di Carlo, Epifanio Chaín, Edelmiro D'Amario —Toto— y Luis Caruso. Con esta última, llegó al disco, donde dejó cinco interpretaciones para el sello Sondor en 1948. En junio del año siguiente, ya estaba en Buenos Aires cantando en cafés, como el Los Andes, de la esquina de Jorge Newbery y Córdoba. También «realizó una prueba —señala Palombo— en la orquesta típica de Joaquín Do Reyes, pero el director consideró que la voz de Sosa era un tanto dura para el estilo interpretativo de su agrupación». En agosto, lo descubrió el letrista Raúl Hormaza, que no demoró en acercarlo a Enrique Francini y Armando Pontier, que andaban con ganas de sumar un nuevo cantor al que ya tenían en su típica, Alberto Podestá. De ganar veinte pesos por noche en el café, pasó a los mil doscientos mensuales con Francini-Pontier. En abril de 1953, pasó a la típica de Francisco Rotundo, con la que grabó en Odeón y de cuyas placas se recuerdan aún verdaderas creaciones como las de “Justo el treinta y uno”, “Bien bohemio” y “Mala suerte”. En junio de 1955 ingresó en la de Armando Pontier y registró sus grabaciones en Victor y Columbia. “La gayola”, “Quién hubiera dicho”, “Padrino pelao”, “Martingala”, “Abuelito”, “Camouflage”, “Enfundá la mandolina”, “Tengo miedo”, “Cambalache”, “Brindis de sangre” o “No te apures Carablanca” fueron algunos de sus clásicos en esa etapa en que el éxito estaba ya completamente de su parte. En 1958, contrajo un nuevo matrimonio, con Nora Edith Ulfed, con la que tuvo una hija, Ana María. Ya separado, reincidió, con Susana Beba Merighi, su compañera hasta el fin de sus días. En 1960 reveló su otro aspecto artístico, el de poeta, con la publicación de un único libro, Dos horas antes del alba. También incursionó en la letra tanguera con una muestra Seis años, que lleva música de Edelmiro D'Amario. A comienzos de 1960, se desvinculó de Pontier decidido a iniciar su etapa de solista. Convocó, entonces, al bandoneonista Leopoldo Federico para que organizara su orquesta acompañante. Con ella comenzó a grabar para el mismo sello en que lo hacía con Pontier, Columbia, en 1961, cuando ya estaba firmemente emplazado en el gusto popular. El periodista Ricardo Gaspari, titular del departamento de prensa y promoción de la grabadora, lo bautizó El Varón del Tango y de igual modo tituló a su primer larga duración. Todo parecía marchar viento en popa. Sólo había un inconveniente, enfrentarse al poderoso auge de la denominada Nueva Ola, el show business de turno, con el que se venían cercenando nuestras raíces culturales en la juventud de la época. Pese al riesgo que ello parecía representar, Sosa logró una venta de discos impensable para un intérprete tanguero de aquellos días y tan abultada como la de cualquier cantante «nuevaolero». Ese enfrentamiento con la Nueva Ola se representó a la perfección en la escena que protagonizó para la película Buenas noches, Buenos Aires (1964), en la que entonó y bailó con Beba Bidart “El firulete”, ante unos jóvenes «twisteros» que terminaban por pasarse a los cortes y quebradas. La realidad no estaba lejos; Sosa logró que una juventud desorientada volviera a la música que le pertenecía. Es por ello que quienes eran jóvenes entonces han olvidado las tonterías de las letras «nuevaoleras» y siguen escuchando al cantor de Las Piedras. Al margen del tango y la poesía, Sosa tuvo otra pasión los automóviles. Fue propietario de un Isetta, un De Carlo 700 y un DKW modelo Fissore; con los tres terminó por chocar, debido a su gusto desmedido por la velocidad. El tercero resultó fatal. Durante la madrugada del 25 de noviembre de 1964, se llevó por delante una baliza luminosa en la esquina de la avenida Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla (Buenos Aires). Fue internado en el Hospital Fernández y luego trasladado al Anchorena, en el que dejó de existir el día 26 a las 9:30 horas. Sus restos comenzaron a ser velados en el Salón La Argentina y el exceso de público obligó a continuar el velatorio en el Luna Park (legendario estadio de box con capacidad para 25.000 personar). El 24 había cantado por radio su último tango, “La gayola”. El final parecía profético «pa' que no me falten flores cuando esté dentro 'el cajón». Publicado originalmente en el fascículo 39 de la colección Tango Nuestro editada por Diario Popular.

Así fue su vida


Julio Sosa Datos generales Nombre real Julio María Sosa Venturini Nacimiento 2 de febrero de 1926 Origen Las Piedras, Canelones, Uruguay Nacionalidad Uruguaya Muerte 26 de noviembre de 1964 (38 años) Buenos Aires, Argentina Ocupación Cantante Información artística Otros nombres El Varón del Tango Género(s) Tango y Milonga Instrumento(s) Voz Tipo de voz barítono ligero Período de actividad 1947-1964 Artistas relacionados Carlos Gilardoni, Luis Caruso, Emilio D'Amario, Armando Pontier, Enrique Mario Francini, Leopoldo Federico. Web Ficha Julio Sosa en IMDb [editar datos en Wikidata] Julio María Sosa Venturini (Las Piedras, Uruguay, 2 de febrero de 1926 – Buenos Aires, Argentina, 26 de noviembre de 1964), más conocido como Julio Sosa y apodado El Varón del Tango,1​2​ fue un cantante uruguayo de tango que alcanzó la fama en Buenos Aires y Uruguay en las décadas de 1950 y 1960, siendo, junto a Carlos Gardel y Roberto Goyeneche los mayores íconos de la historia del género. Índice [ocultar] 1 Biografía 1.1 Primeros años 2 Carrera 3 Vida privada 4 Muerte 5 Algunos de sus tangos más populares 6 Véase también 7 Referencias 8 Enlaces externos Biografía[editar] Primeros años[editar] Nació en el seno de una familia humilde, hijo de Luciano Sosa , peón de campo, y Ana María Venturini, lavandera. En su juventud, a causa de la pobreza, ejerció varios empleos (popularmente conocidos como "changas").3​ En 1942 se casó, con tan sólo 16 años, con Aída Acosta, de quien se separó tres años más tarde, en 1945. Carrera[editar] Sus comienzos profesionales fueron como vocalista en la orquesta de Carlos Gilardoni en la ciudad de La Paz. Se fue a Buenos Aires en 1949. Llegó a triunfar en el Río de la Plata, siendo considerado uno de los cantores de tango más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Durante sus 15 años de trayectoria en Argentina, Sosa fue cantor de tres orquestas. La primera, Francini-Pontier (1949-1953), con la que realizó 15 grabaciones en RCA Victor, entre ellas Por seguidora y por fiel, Dicen que dicen, Viejo smoking y El hijo triste (única grabación a dúo de su discografía, junto a Alberto Podestá); la segunda, la de Francisco Rotundo (1953-1955), con el que grabó 12 temas en el sello Pampa, entre ellos Justo el 31, Mala suerte, Secreto, Yo soy aquel muchacho y Bien bohemio; y la tercera, la de Armando Pontier (1955-1960), ya desvinculado de Francini. En esta etapa Sosa grabó en total 33 registros, 8 de ellos para RCA Victor (1955-1957) y los 23 restantes en el sello CBS Columbia (1957-1960). Algunos temas destacados son: Tiempos viejos, Araca París, Cambalache, Al mundo le falta un tornillo, Padrino pelao, Tengo miedo, Margo, El rosal de los cerros, Brindis de sangre y Azabache. A comienzos de 1960, desvinculado de la orquesta de Armando Pontier y decidido a encarar la etapa solista, convoca al bandoneonista Leopoldo Federico como marco instrumental para sus interpretaciones. Con la orquesta de Federico comienza un ciclo de destacadas grabaciones, confirmando su gran éxito y aceptación del público. Versiones de los tangos Nada, Qué falta que me hacés, En esta tarde gris y su recitado de La cumparsita sobre versos del poeta Celedonio Flores (grabado en dos ocasiones: 1961 y 1964) son algunos de los grandes sucesos de este período. En 1962 acompañado por el conjunto de guitarras dirigido por Héctor Arbelo en 1962 grabó para la discográfica Columbia doce piezas de música criolla.4​ Con la orquesta de Leopoldo Federico permanecerá hasta su muerte. La única película en la que participó fue Buenas noches, Buenos Aires, un filme musical dirigido en 1964 por Hugo del Carril. Fue bautizado por el periodista Ricardo Gaspari como «El Varón del Tango», llamándose así también su primer disco de larga duración. Leopoldo Federico hizo que el cantor se volviera famoso a través de sus composiciones. Vida privada[editar] En 1958 se casó con Nora Edith Ulfeldt, con quien tuvo una hija, Ana María, divorciándose poco después y poniéndose en pareja con Susana "Beba" Merighi. En el año 1960 escribió su único libro, Dos horas antes del alba. Muerte[editar] Julio María Sosa Venturini, Escultura de J.U. Habegger-1963 situada frente a la Plaza José Batlle y Ordóñez,5​ Las Piedras, Canelones, Uruguay. Camino de Villa del Parque,[cita requerida] chocó a considerable velocidad contra el semáforo de Avenida Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla (ciudad de Buenos Aires, Argentina) el 26 de noviembre de 1964.6​ El auto pasó sobre el monolito que resguardaba el semáforo (que quedó quebrado) y paró contra el Arzobispado Ortodoxo, 50 metros más allá. Fue internado en el hospital Fernández y trasladado al sanatorio Anchorena, a las 7 AM. Tenía hundimiento de 4 costillas, lesión grave en el pulmón izquierdo y conmoción cerebral. Por la tarde lo operaron dos veces para liberar un pulmón de la presión de dos costillas, pero a las 21.30 del 26 murió sin recobrar el conocimiento. Recorte fotográfico de la Revista Así en el velatorio de Julio Sosa. Su esposa, Susana Merighi, afirmó tiempo después que el coche de su marido había sido embestido por otro vehículo antes de chocar con el semáforo, dicha declaración tuvo como base un peritaje mecánico y dio lugar a un nuevo sumario caratulado como "Homicidio Culposo". Recorte fotográfico de la Revista Así en el velatorio de Julio Sosa. El sepelio se realizó primero en el Salón La Argentina, pero la cantidad de público, hizo que se lo trasladara al Luna Park, de donde el cortejo partió a las 16 del 27 a pie por Avenida Corrientes para llegar a Chacarita a las 22.10 bajo una lluvia torrencial. Los efectivos policiales tuvieron que impedir la entrada del tumultuoso público a quien arrojaron bombas de gases. Ya cerrado, tuvieron que enterrarlo en la mañana del 28. Irónicamente horas antes del accidente había participado en un programa televisivo donde interpretó el tango La gayola, interpretada muchos años antes por Carlos Gardel. En su última estrofa el tango decía: "Estoy contento que la dicha a vos te sobre, voy al campo a laburarla, juntaré unos cuantos cobres pa' que no me falten flores cuando este dentro del cajón". Hoy sus restos están en el Cementerio de Las Piedras, Canelones, Uruguay. Algunos de sus tangos más populares[editar] Justo el 31 (1953) Bien bohemio (1953) Mala suerte (1953) ¡Quién hubiera dicho! (1955) Padrino Pelao (1955) Cambalache (1955) Abuelito (1957) Seis Años (1960) La cumparsita (por que canto así) (1961) Rencor (1961) María (1962) Tarde (1962) En esta tarde gris (1963) Nada (1963) Nunca tuvo novio (1963) Qué me van a hablar de amor (1963) Mano a mano (1964) Guapo y varón (1964) El firulete (1964) La gayola (1964)

martes, 26 de marzo de 2019

Mano a Mano y Canchero

Cambalache y Sus Ojos Se Cerraron


Tiempos Viejos y Selección de Tangos en Vivo

1) Nada (1963) 0:00 2) La Gayola 2:34 3) Destellos 4:51 4) Rencor 7:30 5) Justo el 31 10:06 6) Enfundá la mandolina 12:08 7) Al Mundo le falta un tornillo (fotos) 15:13 8) Mano a mano 17:24 9) En esta tarde gris 20:28 10) Madame Ivonne 23:53 11) Qué me van a hablar de amor 26:41 12) Cambalache 29:25 13) Sus ojos se cerraron 32:20

No me pidas amor


Si te quiero, preguntas... No me pidas amor, ni busques en mis ojos la respuesta. Mi corazón de ayer ya no despierta dormido para siempre en su ostracismo... Y en la caverna estéril de mi pecho no puede amar a nadie. Ni a mí mismo... No me pidas amor. Esa es la puerta. Aléjate de mí. Lleva tus besos y el calor de tu piel, miel y azucena, a quien pueda ofrecerte no una pena sino un alma vibrante de deseo. Un corazón que lata con el tuyo, una boca que viva de tu aliento, unas manos de carne, no de yeso... No pidas un amor que ya he perdido al pisar los umbrales de mi hombría. Sólo puedo ofrecerte de la noche más triste su neblina. Y tú mereces luz. Tú necesitas lo que quise salvar y no he podido. Una fe siempre joven sin heridas... Qué más puedo ofrecerte que esta alcoba con huellas de otro amor que quedó a oscuras y así mezclar bestial, cobardemente, tu inútil esperanza y mi locura... Vete pronto de mí. Borra este día y el sabor de los besos mentirosos que puse entre tus labios anhelantes en el instante gris que fuiste mía. No me pidas amor. Cierra los ojos e imagíname muerto o muy lejano. Viviendo solamente de un recuerdo que ayer me hizo feliz, y hoy me hace daño... Muchacha, vete ya. Ponte el tapado. La tarde está muy fría y el sol se ha desmayado en el ocaso. Camina lentamente calle abajo y encontrarás tal vez en una esquina la luz de otro querer bueno y honrado. No me pidas amor. Nada ha quedado de la sonrisa fácil que he perdido del venturoso ayer que me han robado... No me pidas amor. Pídeme olvido...

A ti


Llegaste a mis tinieblas como enviada del cielo. Tus manos de alabastro curaron mis heridas. Y oí los cascabeles de olvidados anhelos que habían enmudecido en medio de mis ruinas... Me diste una esperanza poblada de inquietudes. Un amor vacilante de dudas, de temores... Una paz temblorosa que muere si me huyes y resucita en risas cuando a mi encuentro corres. Y en el fugaz instante de esa rara alegría la noche ya no existe, el tiempo se detiene y se anida en mis ojos la luz de un nuevo día... Mi corazón cansado es un niño que espera fervoroso a tus plantas con pasión enfermiza. No le niegues, amada, tu adorada presencia. Por lo que tú más quieras, no le quites la vida...

Julio Sosa Dos horas antes del alba


Dos horas antes del alba El único libro de poesías de Julio María Sosa Venturini se agotó inmediatamente después de su muerte en noviembre de 1964, y no volvió a ser editado. Lo publicamos en nuestro sitio como un homenaje al Varón del Tango. Palabras del autor Amigo lector: Poder escribir ha sido siempre una válvula que alivió la tensión de volcánicos estados anímicos o mortales depresiones morales. Cuando mi alma a punto de asfixiarse o mi corazón a punto de estallar bajo el mandato de la alegría o el lapidario peso del dolor (más por éste que por aquellos), necesitó de la sangría que la aliviara, mi pluma obró el milagro de devolverme la paz, me enseñó a enfrentar la vida con más valor y a mirar a mis semejantes con ojos más buenos. DOS HORAS ANTES DEL ALBA no na nacido para desafiar la crítica, constructiva o no... No pretende reunir en sus páginas modesto o desmesurado valor literario, pues tampoco puedo afirmar si está bien o mal escrito; pero puedo jurar, en cambio, que es un libro sincero. DOS HORAS ANTES DEL ALBA es sólo un puñado de gritos rebeldes o resignados que saltaron de mi garganta a mis manos, para quedar en las tuyas y en favor de tu buena voluntad... Acéptalo, pues, con la natural amistad con que te lo ofrezco, y si sus páginas logran el milagro de cautivar tu atención, mi libro y yo nos sentiremos generosamente recompensados. PRÓLOGO Y PALABRAS DE SOSA: Amigo lector: Poder escribir ha sido siempre una válvula que alivió la tensión de volcánicos estados anímicos o mortales depresiones morales. Cuando mi alma a punto de asfixiarse o mi corazón a punto de estallar, bajo el mandato de mi alegría o el lapidario peso del dolor (más por éste, que por aquella), necesitó de la sangría que aliviara, mi pluma obró el milagro de devolverme la paz, me enseñó a enfrentar la vida con más valor y mirar a mis semejantes con ojos más buenos... Dos horas antes del alba no ha nacido para desafiar la crítica constructiva o no... no pretendo reunir en sus páginas modesto o desmesurado valor literario, pues tampoco puedo afirmar si está bien o mal escrito; pero puedo jurar en cambio, que es un libro sincero. Dos horas antes del alba es sólo un puñado de gritos rebeldes o resignados que saltaron de mi garganta s mis manos, para quedar en las tuyas y en favor de tu buena voluntad. Acéptalo, pues, con natural amistad con que te lo ofrezco, y si sus páginas logran el milagro de cautivar tu atención, mi libro y yo nos sentimos generosamente recompensados. JULIO SOSA, prólogo del único libro que escribió, Dos horas antes del alba, que conformaban 24 poemas.

El Último Café


Rencor


Nada


Granelli con intro de Sosa


Su existencia


Documental de Julio Sosa con testimonios

Apostillas del Varón del Tango


SU NACIMIENTO Julio Sosa vino al mundo en una cuna pobre y tosca hecha a mano por su padre, hombre de campo. Allí, en Las Piedras, en la verde floresta que besa a la ciudad pequeña, nació Julio Sosa el 2 de febrero de 1926. En esa casa no sobraba nada, pero había abundancia de amor y de respeto; una familia de gente trabajadora, sufrida, noble y leal, trabajando la tierra desde la mañana a la noche. SU NIÑEZ Creció en un clima sano; sus ropas eran humildes pero limpias, en un hogar sin ningún lujo, pero con la leche recién ordeñada -a veces por él mismo-, que lo hizo crecer superando a otros chicos en fortaleza, corpulencia, alegría e inteligencia. En el colegio era el elegido por las maestras, despierto y vivaz, tanto al presentar sus lecciones como cuando leía algún poema de Fernán Silva Valdez. SUS LECTURAS En su modesta mesita de luz de la casa paterna se juntaban los versos y las prosas de Justino Zavala Muñiz, del ya citado Silva Valdez, de Juana Ibarbourou, de Yamandú Rodríguez, entre otros. LOS CHICOS CRECEN Julio crecía e iba transformándose en un adolescente de recia estampa. Las amigas con las que se encontraba en el "Club Olimpia" no ocultaban su atracción por él, sintiéndose orgullosas de bailar entre sus brazos. Ya empezaban a conocerse sus cualidades de cantor. NACE EL CANTOR Julio Sosa fue un privilegiado; "nació" cantor de forma y estilo desde chiquilín. A los doce años ganó un concurso en el recreo "Luces de Canción Chico", en las afueras de Montevideo, con el tango de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera "Cuesta abajo" y con el vals de Santos Lípesker y Homero Manzi "Gota de lluvia". Cobró un premio de diez pesos oro; con parte de él mitigó la mishiadura de algunos amigos suyos, y el resto lo entregó a su madre. Pese a su corta edad ya tenía decidido su futuro: Lo atraía el tango, y con ese fuego sagrado de los grandes de verdad, virtió esas resonancias que bullían en su interior y cantó tangos no sólo en la capital uruguaya sino en ciudades y pueblos vecinos. Julio Sosa, erguido en sus trece años de edad, con un carácter singular, mostró las letras de la música del Río de la Plata. Nadie le enseñó nada, sólo las grabaciones de los grandes cantores, sus ademanes, su propiedad interpretativa y la intuitiva selección de temas que hablaran de trascendencia o que fueran una descripción de la verdadera esencia del pueblo al que pertenecía. La explicación era sencilla, él llevaba el tango en el alma, y tenía planta y garra. SU SED DE AVENTURAS Luego de haber trabajado como boyero, supernumerario municipal, podador de árboles y guarda de ómnibus, ingresó a la marina, donde se ganó la simpatía y la admiración de superiores y camaradas, quienes supieron reconocer en él al muchacho bueno y sano de cuerpo y espíritu. Dos años permaneció en la fuerza y cuando era propuesto para su ascenso a cabo renunció al puesto, respondiendo a su permanente sed de aventuras e impulsado por su vocación musical. Se integró entonces a un conjunto formado por Carlos Gilardoni, pero Las Piedras era demasiado pequeña para sostenerlos; con alguna actuación semanal tan solo podían juntar unos pesos. En Montevideo no les fue mejor, y después de muchas noches solían amanecer en el viejo café "Tupinambá" ante un café con leche y una ensaimada, y a veces algún sándwich que el mozo les acercaba, cargándolo en su cuenta personal. SUS PRIMERAS ACTUACIONES Bordeaba los veinte años cuando se le presentó una pequeña oportunidad: un certamen para aficionados que se organizó en el café "El Ateneo" de Montevideo. Con los bolsillos flacos y su única camisa, que había lavado la noche anterior, cuando lo llamaron a participar subió al escenario con todo el desparpajo y el aplomo. Julio cantó "Tarde gris" con el conjunto de Hugo Di Carlo, que eran quienes acompañaban a los competidores. Cuando concluyó su interpretación, Di Carlo lo invitó a incorporarse como vocalista de su orquesta. Por algunos problemas que había tenido con Gilardoni, y por su condición de menor de edad, mientras integró el conjunto de Di Carlo utilizó el seudónimo de Alberto Ríos. Actuaban en radio y en clubes nocturnos, y su nombre comenzó a sonar en la constelación del tango. Desvinculado de Di Carlo, pasó a la orquesta del argentino Edelmiro Toto D´Amario, actuando con él en dos temporadas en Punta del Este. Si bien no le faltaba trabajo, su situación económica era difícil y tenía que administrarse bien para poder seguir tirando. CRUZAR EL CHARCO El ámbito de acción era cada vez más chico para la dimensión del cantor. Alguien le sugirió cruzar al otro lado del Plata, pero Julio advirtió con desesperación que por más economía que hiciera en sus gastos no llegaba a juntar para el traslado. Varios amigos que confiaban en él no vacilaron en aportar el importe necesario para el viaje y para pasar unos días en Buenos Aires. Con lo obtenido tenía para un pasaje de tercera clase en el "Ciudad de Montevideo", hasta tanto ganara algo en la capital porteña. "Esos amigos queridos a quienes no olvidaré nunca, organizaron una cena de despedida en mi honor en el evocador boliche de la vieja plaza" evocaba Julio tiempo después. Su amigo Cacho Maggiolo recordaba en un reportaje: "Cuando fuimos al puerto a despedirlo, el 15 de junio de 1949, desde la proa del barco nos cantó " Mi Buenos Aires querido" y "Adiós, muchachos". BUENOS AIRES, UNA HERMOSA MAÑANA Con el corazón contento y gran parte de su capital dilapidado en la despedida que le hicieron en Montevideo, pisó Buenos Aires una hermosa mañana de fines de otoño. Su vigoroso organismo soportó las pausas entre comida y comida (capuchinos y ensaimadas) y la estadía en un hotelucho de mala muerte. El bar "Los Andes" de Jorge Newbery y Córdoba lo contrató por veinte pesos por noche, juntamente con las violas de Fontana y Cortese. El ambiente del viejo café comenzó a alborotarse cuando corrió la voz que cantaba un "oriental" y lo hacía como los dioses. En poco tiempo no alcanzaba el lugar para escucharlo, y debían pedirse las mesas con anticipación. RAÚL HORMAZA Un día alguien le apunta al conocido representante artístico Raúl Hormaza: "Mirá, arrimate por el lado del café ´Los Andes'. Hay un muchacho que vale la pena oir. Es algo nuevo, distinto". Luego de escucharlo en su segunda interpretación, Hormaza ya era su admirador número uno. Lo conectó con la orquesta Francini-Pontier, que estaba en su mejor momento en el favor de los tangueros. Lo escucharon y, comprobando la realidad de una nueva voz para el tango, comenzaron a anunciar que tenían escondido un verdadero fenómeno. SU DEBUT Ensayando a diario y en secreto, su debut se anunció para un primero de abril, en el local "Picadilly" de Paraná y Corrientes. Gran parte de las mesas estaban ocupadas por los seguidores que Sosa ya había ganado. El sentimiento de responsabilidad de Julio ante tamaño compromiso casi hace posponer el debut, ya que se encontraba, vacilante, en un café cercano, y tuvo que ser llevado en vilo por su "barra" al camarín. Al fin se decidió y salió, iluminado por el foco del reflector. Le temblaban las manos y un sudor frío comenzó a recorrerlo. El tibio aplauso de los muchachos de la barra no llegó a contagiar al resto de la sala, que había ido a escuchar a la orquesta y no al ignoto cantor. Luego de los primeros compases, Julio comenzó a cantar. Había ganado la batalla. La voz fluía de su privilegiada garganta con fuerza arrolladora. Al finalizar "Tengo miedo", el ambiente se atronó de aplausos. La barra suspiro aliviada. Luego vino "Lloró como una mujer", y se renovaron los aplausos más fragorosos. La noche se hizo mañana en el prolongado festejo con sus flamantes admiradores. CARTA AL AMIGO De entre los amigos del Uruguay, Cacho Maggiolo era el que más lo había alentado en todo y el que más veces "le puso el hombro". Julio acostumbraba a escribirle permanentemente, pero hay una carta a la que Cacho considera "la más feliz por su contenido general". Alguno de sus párrafos decían: "Bs. Aires, 13/6/1949. Querido Cacho: Abrazame fuerte, te voy a dar algunas noticias. El sábado debuté con guitarras en un café varietée de la calle Córdoba y Jorge Newbery y cuando leas ésta habré debutado en una bôite de la calle Corrientes... Y aquí viene la noticia que te va a llenar de alegría: Debuto nada menos que con una de las orquestas de más cartel de Buenos Aires; debuto con Francini-Pontier. Di la prueba el viernes pasado y los tipos se quedaron locos de la vida... El lunes 20 tomaré el vapor para Montevideo, y regresaré el 30 para empezar al día siguiente en Radio El Mundo. Hasta pronto. Un abrazo". SU ASCENSO Corría el año 1953. Un excelente director, Francisco Rotundo, se había quedado con un solo cantor, Floreal Ruiz. Se había ido Enrique Campos y necesitaba un vocalista de nivel para reemplazarlo. Lo convocó a Sosa y le hizo una oferta como para que no pudiera negarse a aceptar: $ 5.000. Cuando Julio lo comentó con Francini y con Pontier, éstos le dieron un fuerte abrazo, y entre lágrimas le desearon buena suerte. UNA NUBE Floreal Ruiz, "El Tata", era un excelente ejemplo para su avidez profesional, pero llegó un cono de sombra para Julio: le aparecieron pólipos en su garganta. El deterioro era progresivo, y algunos diagnósticos auguraban el alejamiento de la canción. La caída de su voz era notable. La esposa de Francisco Rotundo, Juanita Larrauri, cantante de tangos y dirigente política, lo recomendó al brillante otorrinolaringólogo León Elkin. Llegó la operación y con ella retornó la paz. Julio resurgió, con una coloratura vocal nueva y madura. DE NUEVO EL SOL En 1957 Armando Pontier se había separado de Enrique Mario Francini, y le pidió a Julio Sosa que completara el tríos de vocalistas, conjuntamente con Roberto Florio y Oscar Ferrari. Poco tiempo después, al notar la preeminencia de Julio Sosa en los principales temas que se hacían, Roberto Florio se sintió desplazado y se alejó de la orquesta. Viendo la convocatoria de Julio Sosa, Armando Pontier formó con él una sociedad que a partir de su constitución comienza recorrer un sendero de éxitos repetidos, en los que participaba también Oscar Ferrari. Y EL ESPLENDOR Durante cinco años Julio había sido el cantor de la orquesta de Armando Pontier. Ahora había decidido largarse solo a la gran parada de ser cantor solista, y su representante en Buenos Aires comenzó a recibir pedidos para animar los bailes del año 1960. El binomio con Leopoldo Federico aún no se había integrado, pero Federico ya tenía doce orquestaciones que coincidían con el repertorio de Julio Sosa. La combinación resultaba perfecta: Bastaba ensayar dos o tres veces un tema para que el número estuviera listo. Grabaciones, radio, giras; aquel verano de 1960 signó el comienzo de su consagración total. EL VARON DEL TANGO La voz de Julio Sosa hacía detenerse a los bailarines; se estaba convirtiendo en el cantor del pueblo. Hacía falta un slogan para él, una definición que fuera a la vez vendedora e identificatoria del nuevo solista que arremetía con fuerza propia en las filas de tango. La tarea fue encargada al jefe de prensa de la grabadora, el periodista Ricardo Gaspari. Y en pocos minutos nació "El Varón del Tango". Así se llamó el primer larga duración, y de allí en adelante el mote se hizo carne en el fervoroso público que seguía sus presentaciones y aumentaba día a día. DOS HORAS ANTES DEL ALBA Julio Sosa publicó el l 8 de febrero de 1964 su único libro de poemas: Dos horas antes del alba, que prácticamente sin publicidad fue un éxito de librería. Dejó impresos en aquellos versos una faceta de su alma inquieta y soñadora. Mostraba en sus pormenores casi grotescos realidades que lo asqueaban, y también describía con maestría personajes de un acontecer angustiado y problemático. Puede extraerse de su lectura la amarga visión de Julio Sosa con respecto del mundo que lo rodeaba. Su destinatario fue él mismo: Julio, sin exageración fue siempre un hombre en busca de sí mismo. Todos los poemas de este libro pueden leerse en la página Dos horas antes del alba SUS GRABACIONES Con Luis Caruso y su cuarteto dejó para el sello uruguayo "Sondor" cinco grabaciones. Luego, con el binomio Francini-Pontier realizó para el sello "RCA Victor" 15 registros. Con Francisco Rotundo, en el sello "Odeón", llegó a 12 temas. Con Armando Pontier dejó 34 grabaciones distribuidas en 9 para RCA Victor y 25 para CBS Columbia. En el mismo sello realizó 62 registros con la orquesta dirigida por Leopoldo Federico y completó 12 temas con las guitarras de Héctor Arbelo. ASOMBROSA MEMORIA "Julio tenía una asombrosa memoria; era capaz de recordar ciento cincuenta tangos con su primera parte bis y todo... Me di cuenta de que estaba junto a un ídolo con todas las condiciones... Si eran tangos que él ya había escuchado alguna vez, los grabábamos de entrada...", contaba Leopoldo Federico. No solo la letra de todos los tangos quedaban registrados en su memoria, sino que se extendía a los cuentos. Los contaba por decenas y sin interrupción. Apenas daba tiempo para finalizar las carcajadas y arremetía con el siguiente. Y aunque -lógicamente- incursionaba por los relatos verdes, se cuidaba siempre de no hacer sentir molestos a sus ocasionales compañeros de reunión. En una de los tantos regresos a Las Piedras, desde el café vio pasar a un hombre por la vereda de la plaza. "¡Che, fulano, vení!" le gritó; en el Uruguay Sosa ya era un ídolo, por lo que el hombre cruzó la calle, y delante del cantor se mostró emocionado y extrañado a la vez. "¿Cómo, no te acordás de mí? -le preguntó Julio- Yo soy aquél al que un día le prestaste guita para tomar el ómnibus...". DISCEPOLÍN Una noche, al salir a cantar se encontró con que en la platea estaban Tania, Enrique Santos Discepolo y Aníbal Troilo. Julio cantó "Confesión", justamente de Discépolo. Al finalizar, el genial flaco le dijo: "Te felicito, botija... Si lo hubieras hecho mejor, ya habría estado mal". "MUDO SÍ, PERO..." Luego de su comentada operación en las cuerdas vocales, y próximo a lograr el alta, se organizó en un restaurante céntrico una cena en la que Julio se reunió con su gente. Aún no podía comunicarse más que por gestos o alguna palabra en tono bajo. Esa noche le tocaba pagar la cuenta, y los amigos decidieron gastarle una broma. Le pidieron al mozo que trajera la boleta con una cifra más abultada, para hacerlo salir de las casillas. La adición llegó, y cuando todos esperaban la previsible reacción, Julio tomó tranquilamente la lapicera del bolsillo del mozo, dio vuelta la factura y en el dorso escribió: "Estoy mudo pero no estúpido ¿Me miraste la cara? Volvé con otra boleta porque te reviento". Risa general incontrolable EXCELENTE SILBADOR Melodioso y con buen oído para reproducir variaciones con el silbido, Julio Sosa dejó grabaciones como "Silbando", con Armando Pontier, "En la madrugada", con Leopoldo Federico y "Criollita de mis amores", con Héctor Arbelo y sus guitarras. DOS TEMAS FUERTES A pesar de serles requeridos con asiduidad en los bailes, Sosa se negaba a cantar "El rosal de cerros" y "Dios te salve, m'hijo". Argumentaba que tenían ´mucha letra´ y, debido a los bises que siempre le pedían, le hacían forzar demasiado la garganta. SUS AUTORES PREFERIDOS Julio Sosa nutrió su repertorio con nueve temas de Carlos Gardel; siete de Enrique Cadícamo, otros tantos de Celedonio Flores; seis de José María Contursi; cinco de Cátulo Castillo y Armando Pontier; cuatro de Federico Silva, Aníbal Troilo, Sebastián Piana, Enrique S. Discepolo, Homero Manzi y Mariano Mores y dos de Agustín Magaldi. EL CINE Hugo del Carril lo convocó para protagonizar junto a Beba Bidart el film "Buenas noches, Buenos Aires" donde cantó la milonga de Mariano Mores, Fernando Caprio y Rodolfo M. Taboada "El firulete". Esta milonga era hasta entonces un tema solamente instrumental, y se le incorporó letra especialmente para este filme. EN TELEVISIÓN Los expertos en el medio manifestaban que se movía como un pez en el agua, que era una verdadero showman y eran pocas las cosas que había que indicarle a la hora de encenderse las cámaras. Sus ciclos en los programas "Luces de Buenos Aires", "Copetín de tango" y "Casino" fueron impecables producciones, todavía hoy recibidas con beneplácito cuando son recorda-das por algún canal de cable. LA CUMPARSITA "La actuación concluía. Julio había terminado de cantar y ya estaba con el sobretodo puesto, esperando que la orquesta de Leopoldo Federico terminara su última interpretación. Atacaron con "La cumparsita" y de pronto, como en un arranque de inspiración, Julio se quitó el sobretodo, subió al escenario y recitó "Por qué canto así" de Celedonio Flores. Fue el delirio. Los más sorprendidos, los músicos. Y nunca más pudo dejar de hacerlo en sus actuaciones... Así era él, intempestivo, pero bien inspirado...", según el recuerdo de Cacho Maggiolo. SU ATORMENTADA VIDA SENTIMENTAL Julio tuvo tres convivencias que lo dejaron marcado para siempre y se sumaron a su azarosa esgrima sentimental. Se casó cuando contaba 16 años, enamorado de una jovencita uruguaya llamada Aída Acosta. Un año después la pareja decidió separarse. Nueve años después, en 1951, se unía en Buenos Aires a Nora Edith Ulfed, con quien tuvo su única hija, Ana María. Esta vez la separación fue traumática, a tal punto de que Nora no le permitió que continuara viendo a su pequeña hija. Pasaron los años y su tercera esposa fue Susana Merighi, con quien vivió desde el 3 de junio de 1959 hasta su trágica desaparición el 26 de noviembre de 1964. HABLARON DE JULIO SOSA "Muchas veces, por falta de tiempo, solía pasarme por teléfono los tangos y los tonos en que los hacía." (Leopoldo Federico). "Vivía buscando la felicidad, pero cuando la encontraba no sabía conservarla. Creo que era un hombre desolado por dentro, a pesar de su imagen de hombre alegre." (Oscar Ferrari) "Pocas veces he escuchado un cantor tan completo como Sosa...sin más adornos que los que impone cada tema. Irónico, sentimental, viril... En la primera fila de aquellos que han dedicado su existencia a la música de Buenos Aires".(Juan D´Arienzo) "Amigo sincero y cordial, es uno de los pocos artistas que habrán de perdurar para siempre en el cariño del público" (Juan Carlos Thorry) "Un cantor de garra, con fuerza y ternura; un valor que a cualquier músico le hubiese complacido acompañar." (José Basso) "Pocas veces quise tanto a este país como cuando presencié la devoción popular que nació por Julio Sosa." (Antonio Prieto) "Si el tango tuviera muchos cantores como Julio Sosa, la música de Buenos Aires se vería honrada como pocas. Gardel y Sosa son, para mí, los dos valores más grandes de nuestro tango" (Enrique Dumas) SU SÉPTIMO DISCO INCONCLUSO El 18 de noviembre de 1964, seis días antes del accidente, Julio ingresa a los estudios de CBS en la calle Paraguay para iniciar el trabajo que iba a constituir su séptimo disco long play como solista. Dejó terminados los temas "Siga el corso" y "Milonga del 900". Debido a su fallecimiento, la grabadora editó esos dos temas en un disco simple de 33 r.p.m. En el sobre en que salió a la venta se podía leer un sentido escrito de despedida de todos los integrantes de la orquesta de Leopoldo Federico, con la firma de cada uno de ellos. LA GIRA QUE NO FUE Poco antes de su muerte, Julio había firmado contrato para una gira que lo llevaría a México, España y Francia. Al respecto, escribió a su amigo José Pascual Maggiolo: " Después de ésta, Cacho, ya no tengo más problemas en mi vida."

A 45 años del adiós a Julio Sosa


Julio Sosa fue el más grande. El cantante más completo que hubo según mi gusto y opinión. Tenía todo: voz privilegiada, potente y varonil, era sentimental, tenía equilibrio y armonía. Vocalizaba, gesticulaba e interpretaba cada pieza. Fue un showman : cantaba, actuaba y recitaba. Pero por sobre todas las cosas y por encima de todo aquéllo tenía ese raro Don que sólo tienen los Elegidos, en este caso del canto. Hacía vibrar, apasionar, erizar la piel y calar hondo en el alma de los oyentes con cada frase, estrofa o decir. Uno sentía y vivenciaba con las mágicas frases pronunciadas por Sosa. Yo lo descubrí en mi adolescencia allá por la década del setenta. Sí bien en casa siempre se escuchó tango fue en la casa de mi abuela que le presté especial atención. Había una quincena de " long plays " que iban a ser dados de baja y yo pedí que me los regalaran. Así fue que primero los escuché allí y luego los llevé a mi domicilio. Había buen material pero el que definitivamente me atrapó para siempre fue Julio Sosa. Versiones como las de " Rencor ", " Dicen que dicen ", " Quién hubiera dicho " y " Mala Suerte " me marcaron a fuego. Ni hablar del recitado " Porqué canto así ", aún hoy lo escucho con la conmoción de entonces, a pesar de haberlo puesto cientos de veces, sigo vibrando con sus sones como el primer día. " El Varón del Tango ", nunca mejor puesto su apodo, vivió como murió : a las apuradas, de extremos, de la nada al todo y viceversa, del llanto a la alegría, de la pausa al vértigo. Conoció el infierno y el paraíso : desde la pobreza más indigna a la majestuosa gloria del éxito. Cuando parecía que iba a ser un indigente desocupado más y del montón , la mano del destino lo puso en la huella de la consideración y de la idolatría popular. Pero cuando ésta florecía en la primavera de sus años con dinero, fama, trabajo y confort, el mismo destino lo crucificó y se lo llevó para siempre. Julio Sosa cantó con varias orquestas : Caruso en Uruguay, Francini-Pontier, Rotundo, otra vez Pontier y Leopoldo Federico. Eternizó temas como " Volvió una noche ", " Soledad ", " Sus ojos se cerraron " o " Mano a mano ", paradójicamente también cantadas por Gardel. Entonó tangos, milongas, valses y hasta canciones camperas con idéntica jerarquía. Recitó las glosas de " Porqué canto así " que hicieron y hacen emocionar a generaciones enteras. Como se dice comúnmente, el uruguayo " rompió " esa letra y ya nadie la dirá como él. Quedaron videos de su talento que lo muestran no sólo como eximio vocalizador sino también como un artista de dimensiones mayúsculas. Tuvo un paso efímero pero certero en el cine y en la actuación. Y su veintena de poemas, recios y sufridos pero hondos y sentimentales, poseen su inequívoco sello. Julio Sosa era " un niño grande ", tierno, puro y algo ingenuo, pero cuando las circunstancias lo ameritaban era directo, duro y frontal. Carismático y entrador como pocos. Nunca olvidó ni renegó de su infancia marcada por el hambre y las carencias, aún en el cénit de su fama y estrellato. Tuvo tres matrimonios y una hija. Adoraba al tango y a sus cultores y a los valores nacionales de la música. Amaba a los automóviles, supo tener varios, y disfrutaba de la velocidad. En la madrugada del 26 de noviembre de 1962 llegó la fatalidad, " la mueca siniestra de la suerte ", en AV. Del Libertador y Mariscal Castilla, Palermo, el " Varón del Tango " se llevó por delante con su coche una baliza-semáforo. " Sus ojos se cerraron " y perdió la vida a las pocas horas. Por esas cosas del designio divino la noche anterior entonó como última canción " La Gayola ", que termina diciendo : "... Pa que no me falten flores cuando esté dentro del cajón ". Y ese mismo año publicó su libro de poemas " Dos horas antes del alba ". El accidente fue a las cuatro de la mañana. De no creer. Una multitud pocas veces vista acudió a su velatorio. Nadie podía creer que el hombre oriundo de Las Piedras había partido con sólo treinta y ocho años en el apogeo de su carrera. Es inimaginable suponer hasta a dónde hubiera llegado la trayectoria de Sosa, traducida en logros, trabajos, fama y afectos sí hubiera tenido una vida normal en lo temporal. Empero desde aquél día de dolor nació el Mito llamado Julio Sosa, que cada día canta mejor, que aún hoy hace vibrar con su voz, que fue y es guía de cantantes y maestro de baluartes de la música. Julio Sosa fue y es venerado por varias generaciones que encuentran en su canto a un referente de la vida. Muchos jóvenes se acercaron al dos por cuatro por él. Porque fue único, diferente y llegó al alma del pueblo rioplatense. Su manera, su timbre y su decir serán inmortales y su voz se convertirá en clásica e histórica como una de las más relevantes y cautivantes del siglo XX. Sin dudas formará parte de la galería de Elegidos para todos los tiempos. Acaso merezca ser declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad. Julio Sosa sinónimo de tango, barro y arrabal, de penas y de amor, de lucha y de corazón, de pasión y nostalgia. Mientras perdure y exista la música ciudadana, Julio Sosa será su amante, conquistador y referente preferido. Glenn Miller

Biografía de Julio Sosa (1926-1964)


Con el nombre de Julio María Sosa Venturini, nació en la localidad de Las Piedras, departamento de Canelones, Uruguay, el 2 de febrero de 1926, en el matrimonio formado por Luciano Sosa, peón rural, y Ana María Venturini, lavandera. Venía de muy abajo y jamás negó sus orígenes."Mi padre fue analfabeto y mi madre, sirvienta", siempre contaba y para que no queden dudas, siempre agregaba: "Cuando debuté en Buenos Aires, me tuvieron que prestar un traje". Apenas terminados los estudios primarios, la pobreza lo llevó a enfrentar la vida con cualquier conchabo que se le presentara. De ese modo, ejerció las más diversas ocupaciones: ayudante de mercachifle, vendedor ambulante de bizcochos, podador municipal de árboles, lavador de vagones, repartidor de farmacia, marinero de segunda en la aviación naval... Pero sus ambiciones eran otras. Y tras esas ambiciones, intervenía en cuanto concurso de cantores se le pusiera a tiro. También apareció el amor, que lo condujo al altar con sólo dieciséis años; dos más tarde, se separó de aquella muchacha, llamada Aída Acosta. Por entonces, se inició profesionalmente en la ciudad de La Paz (Uruguay) como vocalista de la orquesta de Carlos Gilardoni. Se trasladó luego a Montevideo, para cantar con las de Hugo Di Carlo, Epifanio Chaín, Edelmiro "Toto" D'Amario y Luis Caruso. Con esta última, llegó al disco, donde dejó cinco interpretaciones para el sello Sondor en 1948. En junio del año siguiente, ya estaba en Buenos Aires cantando en cafés, como el Los Andes, de la esquina de Jorge Newbery y Córdoba. También realizó una prueba en la orquesta típica de Joaquín Do Reyes, pero el director consideró que la voz de Sosa era un tanto dura para el estilo interpretativo de su agrupación. En agosto, lo descubrió el letrista Raúl Hormaza, que no demoró en acercarlo a Enrique Mario Francini y Armando Pontier, que andaban con ganas de sumar un nuevo cantor al que ya tenían en su típica, Alberto Podestá. De ganar veinte pesos por noche en el café, pasó a los mil doscientos mensuales con Francini-Pontier. En abril de 1953, pasó a la típica de Francisco Rotundo, con la que grabó en Odeón y de cuyas placas se recuerdan aún verdaderas creaciones como las de Justo el 31, Bien bohemio y Mala suerte. En junio de 1955 ingresó en la de Armando Pontier y registró sus grabaciones en Victor y Columbia. La gayola, ¡Quién hubiera dicho!, Padrino pelao, Martingala, Abuelito, Camouflage, Enfundá la mandolina, Tengo miedo, Cambalache, Brindis de sangre o No te apures, Carablanca fueron algunos de sus clásicos en esa etapa en que el éxito estaba ya completamente de su parte. En 1958, contrajo un nuevo matrimonio, con Nora Edith Ulfed, con la que tuvo una hija, Ana María. Ya separado, reincidió, con Susana "Beba" Merighi, su compañera hasta el fin de sus días. En 1960 reveló su otro aspecto artístico, el de poeta, con la publicación de un único libro, "Dos horas antes del alba". También incursionó en la letra tanguera con una muestra Seis años, que lleva música de Edelmiro D'Amario. A comienzos de 1960, se desvinculó de Pontier decidido a iniciar su etapa de solista. Convocó, entonces, al bandoneonista Leopoldo Federico para que organizara su orquesta acompañante. Con ella comenzó a grabar para el mismo sello en que lo hacía con Pontier, Columbia, en 1961, cuando ya estaba firmemente emplazado en el gusto popular. El periodista Ricardo Gaspari, titular del departamento de prensa y promoción de la grabadora, lo bautizó "El varón del Tango" y de igual modo tituló a su primer larga duración. Todo parecía marchar viento en popa. Sólo había un inconveniente, enfrentarse al poderoso auge de la denominada "Nueva 0la", el show business de turno, con el que se venían cercenando nuestras raíces culturales en la juventud de la época. Pese al riesgo que ello parecía representar, Sosa logró una venta de discos impensable para un intérprete tanguero de aquellos días y tan abultada como la de cualquier cantante "nuevaolero". Ese enfrentamiento con la "Nueva 0la" se representó a la perfección en la escena que protagonizó para la película "Buenas noches, Buenos Aires" (1964), en la que entonó y bailó con Beba Bidart El firulete, ante unos jóvenes "twisteros" que terminaban por pasarse a los cortes y quebradas. La realidad no estaba lejos; Sosa logró que una juventud volviera a la música que le pertenecía. Al margen del tango y la poesía, Sosa tuvo otra pasión los automóviles. Fue propietario de un Isetta, un De Carlo 700 y un DKW modelo Fissore; con los tres terminó por chocar, debido a su gusto desmedido por la velocidad. El tercero resultó fatal. Durante la madrugada del 25 de noviembre de 1964, se llevó por delante una baliza luminosa en la esquina de la avenida Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla (Buenos Aires). Fue internado en el Hospital Fernández y luego trasladado al Anchorena, en el que dejó de existir el día 26 a las 9:30. Sus restos comenzaron a ser velados en el Salón La Argentina y el exceso de público obligó a continuar el velatorio en el Luna Park (legendario estadio de box con capacidad para 25.000 personar). El 24 había cantado por radio su último tango, La gayola. El final parecía profético "pa" que no me falten flores cuando esté dentro "el cajón". Julio Sosa fue el último cantor de tango que convocó multitudes. Y en ello, poco importó que casi la mitad de su repertorio fuera idéntico al de Carlos Gardel, aunque también es cierto que interpretó algunos títulos contemporáneos. Como dice el investigador Maximiliano Palombo, fue una de las voces más importantes que tuvo el tango en la segunda mitad de los años cincuenta y principios de los sesenta, época en que la música porteña pasaba por un momento no demasiado feliz". Posteriormente, dada su temprana muerte, se intentó repetir con él el mito Gardel, pero Sosa no era Gardel la extroversión y la carencia de ternura de su voz lo alejaban del paradigma del cantor de tangos. Por otra parte, al perderse su imagen, desaparecieron sus condiciones actorales, tan unidas al sentido de lo que cantaba. De todas maneras, quedó su recuerdo, sobre todo en la generación que lo vio surgir y en las posteriores, como una de las más reconocibles e insoslayables figuras de la historia del tango.