He arrimado mi sillón a la ventana
y allá abajo a mis pies adormecidos
la viscosa serpiente de la calle
se retuerce en su gris tinte sombrío.
Un bostezo de noche la protege
un borracho babeante la atraviesa
y su paso de plomo tropezante
muerde en ecos la sombra de mi pieza
con sus ojos de lámparas eléctricas
derramando fulgores enfermizos
prpadeando la calle despereza
su amarillo fulgor de oro ficticio.
Enseñando en su cuerpo lacerado
la herejía morbosa de la infancia
cruza escuálido un perro abandonado
las gastadas baldosas de la plaza.
Va golpeando su palo un vigilante
en la reja dormida de una casa
mientras hieren sus ojos penetrantes
los oscuros galpones de la fábrica.
Se despierta un letrero luminoso
pregonando estridencias de colores
y, alumbrado su rostro maquillado,
miente ya el cabaret dicha y amores.
Tenebroso panteón del hambre eterna
que alimenta su estómago vicioso
con los muertos que acuden noche a noche
a fingir que están vivos y dichosos.
Por sus fauces desfilan inconcientes
macilentos los rostros y las almas
y en la cueva brumosa de su boca
asesina ilusiones, y las traga.
Y vomita en la fría madrugada
la locura ojerosa y elocuente
de sus seres que muertos están vivos
y están vivos recién cuando se mueren.
Los espectros dolientes de la orgía
llorarán el la calle somnolienta
y debajo del traje de princesa
morderá su embriaguez la cenicienta.
A la fría pobreza de sus cuartos
correrán los robots desheredados
y también llevarán los opulentos
a su lujoso lecho igual cansancio.
Llora el rico de su alma la pobreza
y de enorme tesoro el pobre es dueño
pues al pobre le queda una riqueza:
la cuantiosa fortuna de sus sueños.
Y después, cuando el sol brilla en el cielo
y enrojece los grises edificios
es el cruel cabaret inocente abuelo
con su aspecto de viejo consumido.
Con qué gusto volcaría entre sus fauces
las estériles noches que me quedan
si pudiera lograr que no me abrace
este duro y fatal sillón de ruedas...
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