viernes, 29 de marzo de 2019

Treinta y dos escalones


He llegado tarde a tu vida. Los dos llegamos tarde. Yo a la tuya, tú a la mía... Arrastrábamos juntos un pasado de ruinas la diabética herida que no quiere curarse... Vanos fueron los sueños y la fuerza empeñada pudo más el veneno de las horas vividas el recuerdo indeleble de amarguras pasadas. Lavé mis manos sucias en las tranquilas aguas de la esperanza buena y entonces renovado quijotesco y absurdo emprendí la cruzada... Qué inútil fue mi esfuerzo porque no me importaran los celos del pasado. Qué agonía espantosa fue saber que mis labios no fueron los primeros que tus labios besaron... Que fuiste de otros hombres que amaste o te amaron... Qué grotesco y qué vano fue tratar de olvidar que en días anteriores tu mente estuvo grávida de oscuros apetitos tus pies tuvieron alas detrás de otros amores... Qué inútil fue mi esfuerzo porque no me importaran los celos del pasado ni el amor propio herido ni el impulso asesino que endureció mi mano aferrando una copa en impotente amago... Tal vez por cobardía por el miedo invencible de comprobar de cerca que la carne maldita es más fuerte que el alma... Y enemigo pequeño no se encuentra en la tierra cuando el hombre disputa con avidez de fiera la caricia deseada dos sábanas, dos piernas dulce abismo inconcluso que conduce a la nada... Treinta y dos almanaques sacuden sus inviernos amarillos y helados en mi frente cansada. Treinta y dos escalones cuyas losas rosadas se tornaron oscuras, moribundas, gastadas. De pie sobre el más negro, el último peldaño que alcanza mi existencia el más débil y oscuro. Desde allí, con tristeza contemplo tu partida y dejo que te vayas...

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