viernes, 24 de mayo de 2019

Que falta que me hacés


Mañana iré Temprano


No nos veremos más

Levanta la frente


Abuelito


Dios te Salve mi Hijo

El Hijo Triste e Himno al Club Olimpia de Las Piedras


Un Alma Buena


Por una mala Mujer


Certificado


Olvidao


Tenemos que abrirnos


Tan solo por Verte


Padrino Pelao

Canchero

Mala Suerte

CON FEDERICO CON PONTIER

Contramarca y Madame Ivonne

lunes, 20 de mayo de 2019

San Domingo


Una y Mil Noches


La Última Copa


Por Seguidora y Por Fiel


Monserga

Mala Suerte y Dos Compilados de Videos

Amurado y Confesión

La Gayola

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viernes, 3 de mayo de 2019

Mi Sentencia


Princesa del Fango


El Ciruja


Secreto


Mascarita


Confesión

Otario que andás penando

Calor de Hogar y La Gayola

LLoró como una mujer

CON FEDERICO CON PONTIER

Recordándote

Agonía


Cuando mi alma abandone su envoltura terrena y a tu alcoba se acerque doliente y errabunda impotente y terrible mi deseo de amarte retorcerá mi cuerpo prisionero en la tumba. Te gritaré angustiado cuando escuche tus pasos caminar por la senda que recorrimos juntos y ese techo de tierra que me aislará en su abrazo arañaré frenético en un esfuerzo absurdo... Ya no podrán mis labios gustar de tus encantos que seguirán viviendo palpitantes y frescos que inspirarán pasiones a pesar de tu llanto y serán de otros labios a pesar de mis celos... Ya no podrá mi boca mordisquear insaciable el marfil suave, mórbido y celestial de tu cuerpo y del húmedo beso que estremeció tu carne sólo tendrán tus fibras un molesto recuerdo... Ya no podrán mis manos enredarse en tu pelo ni aplastaré mi boca en tus labios sangrientos ni crisparás, violenta, como garfios tus dedos en la incansable almohada de nuestro amor sediento... Ven y siéntate cerca de mi lecho de enfermo ven y acerca tus manos que están limpias y frescas a mi frente que quema el calor de un infierno a mis ojos febriles de vagar por la pieza... Cierra bien la persiana que la luz me molesta, Ahora vete, amor mío... vete... y cierra la puerta...

Tres amores


Tener un trozo de tierra en cualquier valle adornado con álamos, custodiado por cerros y en el mullido verde de los pastos una vieja cabaña construida con leños. Y sentada en el pórtico contemplando el paisaje la sublime figura de cabellos de plata. Mi madre. Y en la alcoba en penumbra, recostado en el lecho, contemplar mientras fumo en silencio un amigo que duerme en el suelo. Mi perro. A la izquierda un hogar crepitante de leños cuyas lenguas rojizas aprisionen recuerdos dibujando en las sombras mil figuras inciertas. Mis sueños. Y en la mesa que guarda recuerdos de incontables afanes y besos mis ideas revueltas. Y cruzando la puerta, a cien pasos apenas un arroyo que cante y se pierda arrastrando consigo por siempre esta mala palabra. Tristeza. Y en mi valle de dicha serena tres amores cuidar con empeño. Mi madre, mi perro y mis sueños...

Soledad


Hoy el sol ha golpeado con sus cálidos dedos los cristales opacos de mi vieja ventana. Dos gotas temblorosas del nocturno rocío desde el vidrio me miran en la tibia mañana. Todo es luz y alegría, y color y sonido, todo es vida en el campo. Precursora de estío Primavera ha llegado con dorados pinceles decorando las flores, alegrando los nidos. Derraman los panales el amor de sus mieles que acechan cautelosos zagales escondidos. Vuela rauda una alondra transportando en el pico la razón de su vida hacia el verde follaje y vibrando hacia el cielo su invisible cordaje se oye grave y sonora la garganta del río. Dos cachorros lebreles se disputan la presa matizando la lucha con viriles gruñidos todo es luz y alegría y color y sonido, Primavera ha llegado y al entrar en mi pieza se detuvo indecisa; la ahuyentó mi tristeza. Más allá de mi puerta ya no hay más flores mustias. Primavera ha llegado pero entrar no ha querido porque ha visto, en mi angustia, que tú ya te habías ido...

Himno a la virgen mía y Seis Años


Se han quebrado tus alas que han caído a la tierra como dos blancos pétalos arrojados al viento. Y tu imagen augusta, adorada y eterna brota insomne y doliente de mi cruel desaliento... Una noche muy negra se detuvo en mi alma dibujando con sombras tu sonrisa cansada y tus manos de santa que cubrieron mis lágrimas no acarician mis sienes en la triste alborada... Maravilla de novia sin pasiones ni sexo que viviste callada, ignorada y sufrida, tu abnegado calvario de final sin regreso hasta el postrer instante de tu brusca partida. Te llamó Dios al cielo cuando vio que eras mía... me castigó implacable cuando observó tu pelo que en los mejores años de mi vida egoísta yo había transformado en un gris ceniciento... Y te fuiste, ¡oh, Madre!, en silencio... sin quejas y me has dejado solo, aturdido y cobarde, errando pavoroso en esta casa vieja donde aprendí a quererte ya demasiado tarde. Madre... Haz que vuelvan tus manos en el tenaz insomnio de mis noches tan largas, tan amargas y frías. Madre... Haz que vuelvan tus ojos a vestir el otoño de mi vida que muere sin tu amor, virgen mía... Madre... Haz que vuelvan tus besos en la brisa que pasa, que retorne tu acento en las voces del río... mientras vierto este llanto que mis ojos abrasa acodado en la mesa, frente al sitio vacío... SEIS AÑOS ZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZ Después de mucho tiempo, seis años más o menos, ayer te vi de nuevo del brazo de tu amor, y ésta pasión inmensa descontrolada y loca, como un fantasma rojo mis sienes envolvió. Felina y majestuosa con fría indiferencia, tus bellos ojos grises, mordieron mi ansiedad, en alas de tu paso tan pequeñito y suave, espléndida y dichosa, con él te vi pasar. Retrocedí seis años parado en la vereda, me vi cantando un tango, aquel que nos unió, en épocas lejanas de efímera grandeza mi nombre en los carteles, y yo en tu corazón. Tras el amargo ensueño, volví a montón de diarios, tu engominado amigo me pidió La Razón, se la entregué rogando que no me conocieras, y te fuiste contento del brazo de tu amor. Me adelanté unos pasos, con ansias de llamarte mi pobre voz quebrada, fue un grito sin color mis manos transpiraban, heladas por la angustia crispadas de impotencia, como mi corazón. Noté tras la vidriera del turbio bar cercano, que un rostro me miraba, con cruel curiosidad entonces tropezando, avergonzado y triste me fui silbando un tango, para disimular...

Naipes rojos


El negro bostezo de una puerta abierta se asoma a la noche en la calle muerta... tras ella, inquietante y dormido un pasillo se adorna con pasos nerviosos y alerta... Se queja a intervalos la anciana escalera y llora un polvillo de madera vieja... Sepultan peldaños los pasos ansiosos y suben adonde seis hombres esperan... Con rasgos sombríos seis rostros de piedra los ojos en sombras, las manos muy bellas aguardan fumando que llegue el que falta... Seis rostros sombríos rodeando una mesa... Un último impulso del hombre que llega entierra en las sombras la turbia escalera... En forma elegante, discreta y muy blanca su mano se eleva y la puerta golpea... La puerta se abre, y doce pupilas como doce manos lo examinan frías... Se quita su abrigo, saluda y se acerca, y sin más palabras ocupa su silla... Un viejo encorvado con aire de apóstol trae una bandeja con las copas llenas, y su mano izquierda deja en el tapete un mazo de naipes, y el juego comienza... Dos manos morenas manejan las cartas y éstas se atropellan de una a otra palma, y su tableteo de cartón prensado es el desafío de una carcajada. Los oros, las copas, los bastos y espadas se mezclan veloces por las manos sabias, y el recién llegado confiado hace apuestas dinero en la diestra y en la boca el alma. Pasaron seis horas... ya es de madrugada... Un cielo de humo moja las miradas... en los labios resecos se apaga un cigarro y hay sienes febriles y ojeras hinchadas... Pálido, angustiado y en franca derrota en la nueva apuesta vuelca su alma rota... Y en la última chance del azar suicida desprecia el caballo y elige la sota... Y se juega entero lo que aún le queda... Mas la sota ríe de su amarga espera y el galope quieto del caballo de oros al bando contrario su plata se lleva... Aprieta los puños, maldice entre dientes, mientras el que talla sigue indiferente... mas su indiferencia pronto se hace espanto, pues caen de su manga tres sotas sonrientes... En la calle el alba moja las aceras y el viento las barre con su voz doliente... Tres sotas se bañan en sangre caliente mientras un cadáver cae por la escalera...

La increíble anécdota de Sandro con Julio

Una biografía radial de Julio Sosa y Otra de un Canal Español

Documental de Julio Sosa y las palabras de Sosa al Doctor Elkin que lo operó de las cuerdas vocales

Película Homenaje


La vida de Julio Sosa e Informe de su Fallecimiento


EFEMÉRIDES POPULARES. EL 26/11/1964 MUERE EL POPULAR CANTOR DE TANGOS Julio Sosa, el Varón del Tango

El 26 de noviembre de 1964 muere, en un accidente automovilístico ocurrido en el centro de Buenos Aires, Julio María Sosa Venturini, más conocido como Julio Sosa y apodado El Varón del Tango. Fue un cantante uruguayo de tango que alcanzó la fama en Buenos Aires en las décadas de 1950 y 1960. El 26 de noviembre de 1964 muere, en un accidente automovilístico ocurrido en el centro de Buenos Aires, Julio María Sosa Venturini, más conocido como Julio Sosa y apodado El Varón del Tango. Fue un cantante uruguayo de tango que alcanzó la fama en Buenos Aires en las décadas de 1950 y 1960. Nació en el seno de una familia humilde, en su juventud, a causa de la pobreza, ejerció varios empleos (popularmente conocidos como "changas"). Sus comienzos profesionales fueron como vocalista en la orquesta de Carlos Gilardoni en la ciudad de La Paz. Se fue a Buenos Aires en 1949. Llegó a triunfar en el Río de la Plata, siendo considerado uno de los cantores de tango más importantes de la segunda mitad del siglo XX Sosa tenía una pasión por los autos, y había tenido varios accidentes de tránsito por conducir a desmedida velocidad. Como consecuencia, falleció a los 38 años, a las 9:30 horas del 26 de noviembre de 1964, en un accidente automovilístico ocurrido en la esquina de la Avenida Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla del barrio de Palermo de la Ciudad de Buenos Aires. Sus restos fueron velados en el Salón Argentina pero la multitudinaria concurrencia obligó a trasladar los cortejos fúnebres al Luna Park. La Opinión Popular Durante sus 15 años de trayectoria en Argentina, Sosa fue cantor de tres orquestas. La primera, Francini-Pontier (1949-1953), con la que realizó 15 grabaciones en RCA Victor, entre ellas Por seguidora y por fiel, Dicen que dicen, Viejo smoking y El hijo triste (única grabación a dúo de su discografía, junto a Alberto Podestá); la segunda, la de Francisco Rotundo (1953-1955), con el que grabó 12 temas en el sello Pampa, entre ellos Justo el 31, Mala suerte, Secreto, Yo soy aquel muchacho y Bien bohemio; y la tercera, la de Armando Pontier (1955-1960), ya desvinculado de Francini. En esta etapa Sosa grabó en total 33 registros, 8 de ellos para RCA Victor (1955-1957) y los 23 restantes en el sello CBS Columbia (1957-1960). Algunos temas destacados son: Tiempos viejos, Araca París, Cambalache, Al mundo le falta un tornillo, Padrino pelao, Tengo miedo, Margo, El rosal de los cerros, Brindis de sangre y Azabache. Fuente: Wikipedia

La voz de Julio Sosa, una cosa de todos los días


5/2/2006 | 09:00 | Flamantes 80 años de edad podría estar luciendo por estos días el uruguayo Julio María Sosa Venturini, de no haber mediado aquel fatal accidente que tronchó la vida de Julio Sosa (02-02-1926/26-11-1964) --nombre acotado para convertirse en seudónimo-- cuando apenas transitaba los treintiocho y había logrado elaborar ya uno de los más notables fenómenos de popularidad en el historial de la música ciudadana. Flamantes 80 años de edad podría estar luciendo por estos días el uruguayo Julio María Sosa Venturini, de no haber mediado aquel fatal accidente que tronchó la vida de Julio Sosa (02-02-1926/26-11-1964) --nombre acotado para convertirse en seudónimo-- cuando apenas transitaba los treintiocho y había logrado elaborar ya uno de los más notables fenómenos de popularidad en el historial de la música ciudadana. Cantor de registro grave y de muy varonil vocalización salió a la palestra en una época difícil, sobre todo porque lo suyo debió emerger frente a una avalancha de géneros comerciales que no por casualidad le ganaban largamente en difusión al legado tanguero de las décadas del '30 y del '40. Nativo de Canelones, con apenas 18 años dio su primer gran paso en la temática cuando logró acceder a los estudios de grabación Sandor, de Montevideo donde registró cinco temas junto a Luis Caruso, incluido Sur, en todo un atrevido cotejo con el reciente estreno del tema por parte de Edmundo Rivero en el legendario "Tibidabo", de Buenos Aires. La guarda vieja Sin duda, el comienzo de una historia grande en materia de interpretación, en la que matizó los mejores temas de la denominada guardia vieja con creaciones contemporáneas, forjando una imagen de virilidad y ternura que consiguió concitar la atención del piberío, amen del natural respeto de los adeptos de origen. Así, debe considerárselo como uno de los más activos hacedores de que el tango recuperara adhesiones multitudinarias, propias de sus mejores épocas. Ya instalado en Buenos Aires junto a la agrupación de Francini y Pontier dejó versiones inolvidables de El ciruja, Dicen que dicen, Por seguidora y por fiel, Viejo smocking y Olvidao, entre otros. Junto a la orquesta de Francisco Rotundo, surgió el rótulo de "El varón del tango" y llegaron notables creaciones de Levanta la frente, Dios te salve, m'hijo; y con Armando Pontier, Llorando la carta, Margo, El rosal de la ruinas y una actualísima y casi excluyente versión de Rencor. La etapa postrera de su labor lo vio triunfando y definitivamente ganador junto a Leopoldo Federico, "adueñándose" de temas como El último café o Que falta que me hacés, apoyado en un nivel popularidad sólo destinada a unos pocos, merced a la proyección de una imagen que le evitó cualquier comparación de condiciones canoras --valga el ejemplo-- con Roberto Goyeneche, cuyos inmensos recursos vocales y la versatilidad de su decir estaban todavía postergados en la consideración del gran público. Hasta la fatal colisión de su automóvil con un semáforo, cuando conducía a 100 kilómetros por hora y que provocara una su inesperada muerte, llegó a ser absurdamente tergiversada como una conjura (a lo sumo del destino), propio de reacciones emparentadas con idealizaciones de fuerte contenido popular.
Lo cierto es que, a más de cuarenta años de su lamentada desaparición física, la voz de Julio Sosa --registros mediante-- sigue siendo cosa de todos los días. Osvaldo De Rosa/"La Nueva Provincia"

Espacio Cultural, Museo Julio Sosa y su palabra


Presentación Este museo, inaugurado en el año 2013, es un espacio cultural creado en homenaje al Varón del Tango, nacido en la ciudad de Las Piedras. Tiene entre sus objetivos la valorización y la divulgación del Tango como manifestación cultural que une música, danza y poesía y que ha sido reconocido por Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. A su vez se propone investigar, documentar y difundir y la figura de Julio Sosa, valorizándolo como exponente del tango local y nacional. Se encuentra ubicado en las instalaciones del Hipódromo de Las Piedras. Información adicional Dirección:Hipódromo de las Piedras. Avenida Bicentenario S/N Teléfonos:(00) 598 23666703 E-mail:espaciocultural.juliososa@imcanelones.gub.uy Dependencia:Público Colecciones:Arte, Historia Yo no quiero discutir las condiciones literarias de ciertas letras que andan por el ambiente, pero por ejemplo hoy, escuchando en el hotel la radio, escuché un cantor que antes cantaba tangos y que afortunadamente dejó de cantar tangos, porque le hizo un bien al tango yéndose, y que ahora dice Cicerón, Cicerón chá chá chá... Yo no sé, una gansada y es vergonzoso lo que pasa en este país, porque si usted pasa un tango en una emisora oficial y dice la catreta o la mina, se lo censuran y no esas idioteces que lo único que hace es embrutecer a la gente, y con respecto al auge del twist y esos ruidos molestos, la culpa la tienen los padres de los chicos de veinte años que bailan moviendo las caderas, como si fueran bataclanas. Antes ser argentino era signo de virilidad, de hombría... JULIO SOSA

JULIO SOSA VIVE


Ricardo Albanese es el mayor coleccionista de objetos pertenecientes al mítico cantor Hace rato colecciona objetos del cantor charrúa y busca un lugar para exponer su colección. Al hueso: Ricardo Albanese es un hombre que prácticamente dejó en Pampa y la vía a los herederos de Julio Sosa. Conserva hasta el volante del auto con el que El Varón del Tango se pegó el palo el 25 de noviembre de 1964. No se rían, ya quisiera el Negro Lavié tener uno de estos íntegros ejemplares de devoción o devotos ejemplares, gente cuyos dioses están, o estuvieron, en la Tierra. El más grande coleccionista del cntor Julio Sosa Léanlo: “Soy coleccionista de todo lo que se refiere a Julio Sosa. Tengo ropa, cartas, discos, casetes, magazines, revistas, diarios de la época, objetos personales. También heredé las pertenencias de la madre y su hermana y hasta tengo el volante del auto con que tuvo su trágico accidente. Me gustaría poder conseguir un lugar estable para poder exhibir todo. Te cuento un poco, yo soy amigo y asistente del maestro Leopoldo Federico. Un día lo acompañé a Cancillería y me tocó saludar a la señora Presidenta. Le comenté de mi colección, ella me dijo que le gustaba mucho Julio Sosa y me ofreció hacer la muestra en la sala de conferencias de la Casa Rosada. A la semana me llamaron y me presenté, arreglé con una señora y estoy esperando que se concrete… ¡En 2014 se cumplen 50 años de la muerte de Julio!”. La idea es aporteñarlo. Si bien Ricardo es de Mataderos, Julio Sosa, protagonista espiritual del presente aguarrás fue, se sabe, uruguayo. Un intríngulis limítrofe que, en estos casos, se resuelve con bastante facilidad: alcanza con haber visto el otro día a los muchachos del Cuarteto de Nos participando, mansa y colonizadamente, de nuestros Premios Gardel. “Sí, obvio, a mi casa pueden entrar todos los que quieran, pero no sé si es lo más cómodo. Hay gente que llama a mi teléfono, ¿puedo dejar el teléfono para otros amantes del tango? Me llaman al 15 6397 4523 y vienen, ven lo que tengo, se sacan fotos… Hoy por hoy mi casa es el lugar que conserva la memoria de Julio Sosa. En 2004, cuando se cumplieron cuarenta años de su muerte, llevé mis objetos al Museo de la Ciudad. La muestra era por dos semanas y duró dos meses… Mirá: este es el molde de la escultura de Julio que está en ciudad de Las Piedras, en el Partido de Canelones, Uruguay, donde nació. Me lo donó la mujer del artista. Ella sabía quién era yo. Cuando Bergoglio asumió como Papa mencionó que escuchaba tango y que como cantor le encantaba Julio Sosa. Le estoy escribiendo una carta al Papa, pero prefiero que no hablar de eso, es algo privado”. El fotógrafo retrata a Ricardo con un sombrero y con el volante del auto. Resulta que el cantor, amante de la velocidad, se llevó por delante una baliza luminosa en la esquina de Figueroa Alcorta y Mariscal Castilla. La réplica de esa baliza también está en la casa de Ricardo. “El auto era un DKW Coupe Fissore, y este sombrero es el que Julio usó para la película Buenas noches Buenos Aires, dirigida por Hugo del Carril”. Ricardo cuenta una historia detrás de otra. Esta es buenísima: “Cuando empecé a coleccionar cosas de Julio, que me volvía loco con su voz, me hice una lista de la gente vinculada a él: músicos, amigos, familia, mecánicos… buscaba en la guía y llamaba. Un día conozco a Roberto Benítez, mi antecesor. El, más grande que yo, se volvió fana de Julio cuando tenía diez años. Por esos días Julio se mata y Benítez, un pibito, averigua que el auto chocado está en una comisaría cercana a River. Va y se las rebusca para llevarse los puchos que Julio había apagado en el cenicero del auto. Ah, me olvidaba, la mayólica que está donde se mató Julio la hice poner yo en 2007. Bueno, Benítez se llevó hasta la insignia del auto y después despegó la chapa de Helguera 2440, último domicilio de Sosa. Los puchos, la placa y algunas fotos, todo eso, lo heredé yo. Y tengo fotonovelas de Julio que ni Benítez había podido conseguir. Benítez empezó a pasarme sus objetos porque, según me confesó, ya había perdido un poco el entusiasmo y se daba cuenta de mi creciente fervor. El volante lo gestioné con el mecánico. Lo tenía colgado en la oficina de su taller. Lo fui a ver y le conté de lo mío. Le dije que hasta tenía camisas y corbatas que me había dado la viuda, y me lo terminó regalando”.

Julio Sosa y el duende de la ciudad


lio Alanizon 16 junio, 2018Relatos La historia me la contó un amigo hace unos cuantos años. Su padre había sido amigote de Julio Sosa y, según sus palabras, fue él quien una noche de copas y tangos le comentó la anécdota. Tengo motivos para creer que la historia es verdadera, más allá de exageraciones que suelen acompañar a ciertas anécdotas que se relatan a lo largo de los años. Julio Sosa debe haber tenido veinte y pico de años cuando llegó a Buenos Aires. Venía, como quien dice, con una mano atrás y otra adelante. Tenía dos o tres recomendaciones y la dirección de una pensión en Caballito, atendida por una mujer oriunda de Piedras, el pueblo uruguayo donde había nacido. Su equipaje se reducía a un balija de cartón, unos pesos en el bolsillo y un saco que le quedaba ajustado. Caía la tarde, estaba nublado y hacía frío. Antes de tomar el taxi, Sosa lo pensó dos veces porque andaba con la plata justa y esos eran lujos que no podía permitirse. Sin embargo lo hizo, porque no tenía la menor idea de dónde quedaba la pensión. El taxista era un tipo mayor, que lo miró con cierto recelo, como alguien que está bien y le fastidia que un joven de risa fácil interrumpa su soledad. El hombre se peinaba a la gomina y tenía esa palidez propia de los tipos que viven más de noche que de día. Parecía cualquier cosa menos un tipo sociable Sosa fue siempre un tipo simpático, entrador. Y cuando era joven, no le negaba la charla a nadie, conversaba hasta con los postes. El taxista no fue la excepción, pero en este caso no le fue fácil arrancarle palabras a su imprevisto chofer. Las primeras respuestas fueron desganados monosílabos, pero mientras el auto enderezaba por una avenida, en cierto momento, como si se despertara, el hombre le preguntó el motivo de su presencia en Buenos Aires. Sosa contestó que era cantor de tangos, que se inició en el oficio en su pueblo, después incursionó en algunos modestos escenarios de Montevideo y el verano anterior había cantado en una cantina de Punta del Este. Si usted viene a cantar tangos a Buenos Aires, me imagino que conocerá la ciudad, comentó el hombre como si estuviera hablando solo. Imposible saber con exactitud cómo se encadenaron los hechos, pero lo seguro es que en cierto momento los hombres conversaban como si se hubieran conocido de toda la vida. Sosa recuerda que el tipo le pareció un tanguero de ley, de esos que sólo en la ciudad de Buenos Aires se pueden encontrar si se tiene mucha suerte. Recuerda que el hombre -que podía tener la edad de su padre- siempre lo trató de usted. Otro detalle: hablaba como si lo que contara le hubiera ocurrido a otros y a él no le interesara demasiado.También recuerda que la radio del auto estaba encendida, pero nunca escuchó un tango. El taxi transitaba ahora por una calle cualquiera, cuando el hombre le propuso dar un paseo por algunos lugares que, según él, un tanguero no podía dejar de conocer. Sosa le advirtió que sus recursos económicos eran escasos. El hombre se encogió de hombros, como si lo que acababa de escuchar no le importara. Al primer lugar que fueron fue a Barracas. Allí le mostró algunos locales nocturnos, las ruinas de una casa donde alguna vez funcionó un célebre prostíbulo y un comedor gallego en el que almorzaba con frecuencia Hipólito Yrigoyen. El taxi estacionó en la esquina de un avenida cercana al Riachuelo y el hombre invitó a compartir una cerveza. El taxista seguramente era cliente de la casa, porque el patrón lo atendió como si lo hubiera conocido de toda la vida. A Sosa lo presentó como un uruguayo que canta tangos con voz de guapo. Sosa se preguntó de dónde había sacado lo del tono de guapo, si nunca lo había escuchado cantar. Oscurecía cuando dejaron Barracas y apuntaron al centro. Pasaron por Constitución, anduvieron por Balvanera y Once, tomaron Corrientes y en alguna esquina dobló a la izquierda para mostrarle la casa donde había vivido Carlos Gardel. Ya era noche cerrada cuando pararon en un bodegón cerca del Bajo y él invitó a comer un puchero de gallina que él lo acompañó con whisky. El tipo hablaba poco, pero lo suficiente como para informarle de los secretos recorridos de la ciudad nocturna. Eran informaciones parcas, precisas y despojadas de cualquier connotación retórica. No era un guía turístico -dirá Sosa muchos años después- era un porteño mostrando la ciudad a un visitante que decía cantar tangos. La noche la remataron en un cabaret de Leandro Alem. Allí el hombre le presentó a otro cantor de tangos y a dos o tres mujeres que estaban haciendo las primeras copas de la jornada. Tomaron whisky en la barra y varias personas se acercaron al taxista para saludarlo, saludos que él respondía con una inclinación de la cabeza. No parecía un taxista -dirá Sosa- parecía un gran señor, uno de esos señores de la noche al que todos le rinden honores y reconocimientos. Una vez más fue presentado como cantor de tangos y, según Sosa, en ese cabaret de mala muerte, rodeado de putas viejas y veteranos, sin micrófono y con un vaso de whisky barato en la mano, cantó sus tres primeros tangos en Buenos Aires, el último acompañado por el anónimo cantor de tangos al cual nunca más volvió a ver. ¿Qué tangos fueron? Sosa no se acordaba, pero creía que el segundo fue ´´Mala suerte´´, de Pancho Gorrindo Deben de haber sido las tres de la mañana cuando su inspirado guía decidió dejarlo en la pensión de Caballito. Sosa llegó esa noche con unas cuantas copas de más y, por supuesto, recibió los consabidos reproches de la patrona por la hora y el aliento. El taxista se despidió de él con un breve saludo y un ligero apretón de manos. Tan fuerte era la extrañeza de Sosa, que ni siquiera atinó a preguntarle el nombre. Tampoco amagó pagar el viaje. Pasaron los años, el joven Venturini se transformó en Julio Sosa y luego en el Varón del Tango. A principios de la década del sesenta llegó a ser el cantor más popular de Buenos Aires, el hombre que acerco el tango a la juventud. Radio, televisión, espectáculos nocturnos, contaban con el tono de su voz y su pinta ganadora. Sin embargo, con frecuencia Sosa se acordaba de aquel taxista que lo recibió en la ciudad y le hizo conocer los laberintos secretos de Buenos Aires. Intentó reconstruir aquella noche y más de una vez pasó por donde creía recordar que habían estado juntos, pero todo fue en vano: o la memoria le fallaba o los locales habían cerrado y nadie sabía nada de ellos. Cada vez que viajaba con el auto, miraba a los taxistas para ver si reconocía a ese flaco alto, algo desgarbado, impenitente fumador y tomador de whisky, que hablaba poco, manejaba un taxi y gustaba de los tangos. Una vez, en uno de los programas televisivos de más rating, contó esta historia y después de dedicarle un tango a los tacheros solicitó al público que le dieran los datos para encontrarlo, porque él quería devolverle sus gentilezas, compartir una cerveza, un vino y, por qué no, algunos tangos. Nunca volvió a tener noticias de él. Como si se lo hubiera tragado la tierra o nunca hubiera existido. Una noche de copas, un amigo le preguntó por ese hombre y él se puso serio, apoyó el vaso de vino en la mesa y después de un breve silencio, contestó que en realidad el hombre que lo había esperado en el puerto esa tarde de otoño era un fantasma o un duende, el duende de la ciudad que lo recibió disfrazado de taxista. Verdadera o no, ésa es la historia. Los detalles pueden haber variado, pero en lo fundamental así pasaron las cosas. Más difícil de creer es la versión divulgada por uno de los amigos que lo acompañaba a Sosa aquella fatídica noche de noviembre de 1964. Habían salido de la radio y pensaban cenar en un boliche de Palermo cuando de pronto Sosa se lanzó como un bólido detrás de un taxi. Fue una carrera de locos que incluyó chocar contra un kiosco de diarios y llevarse por delante un cordón. A esa altura del partido, los amigos se fueron bajando del auto asustados. Solo, continuó por Figueroa Alcorta hasta encontrar el semáforo fatal. Según sus amigos no estaba borracho, sino poseído por una imagen, la imagen que vio o le pareció ver entre el estrépito del tránsito, de un taxi manejado por un flaco de mejillas hundidas, labios finos y peinado a la gomina.