viernes, 3 de mayo de 2019

Himno a la virgen mía y Seis Años


Se han quebrado tus alas que han caído a la tierra como dos blancos pétalos arrojados al viento. Y tu imagen augusta, adorada y eterna brota insomne y doliente de mi cruel desaliento... Una noche muy negra se detuvo en mi alma dibujando con sombras tu sonrisa cansada y tus manos de santa que cubrieron mis lágrimas no acarician mis sienes en la triste alborada... Maravilla de novia sin pasiones ni sexo que viviste callada, ignorada y sufrida, tu abnegado calvario de final sin regreso hasta el postrer instante de tu brusca partida. Te llamó Dios al cielo cuando vio que eras mía... me castigó implacable cuando observó tu pelo que en los mejores años de mi vida egoísta yo había transformado en un gris ceniciento... Y te fuiste, ¡oh, Madre!, en silencio... sin quejas y me has dejado solo, aturdido y cobarde, errando pavoroso en esta casa vieja donde aprendí a quererte ya demasiado tarde. Madre... Haz que vuelvan tus manos en el tenaz insomnio de mis noches tan largas, tan amargas y frías. Madre... Haz que vuelvan tus ojos a vestir el otoño de mi vida que muere sin tu amor, virgen mía... Madre... Haz que vuelvan tus besos en la brisa que pasa, que retorne tu acento en las voces del río... mientras vierto este llanto que mis ojos abrasa acodado en la mesa, frente al sitio vacío... SEIS AÑOS ZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZZ Después de mucho tiempo, seis años más o menos, ayer te vi de nuevo del brazo de tu amor, y ésta pasión inmensa descontrolada y loca, como un fantasma rojo mis sienes envolvió. Felina y majestuosa con fría indiferencia, tus bellos ojos grises, mordieron mi ansiedad, en alas de tu paso tan pequeñito y suave, espléndida y dichosa, con él te vi pasar. Retrocedí seis años parado en la vereda, me vi cantando un tango, aquel que nos unió, en épocas lejanas de efímera grandeza mi nombre en los carteles, y yo en tu corazón. Tras el amargo ensueño, volví a montón de diarios, tu engominado amigo me pidió La Razón, se la entregué rogando que no me conocieras, y te fuiste contento del brazo de tu amor. Me adelanté unos pasos, con ansias de llamarte mi pobre voz quebrada, fue un grito sin color mis manos transpiraban, heladas por la angustia crispadas de impotencia, como mi corazón. Noté tras la vidriera del turbio bar cercano, que un rostro me miraba, con cruel curiosidad entonces tropezando, avergonzado y triste me fui silbando un tango, para disimular...

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