viernes, 3 de mayo de 2019

La voz de Julio Sosa, una cosa de todos los días


5/2/2006 | 09:00 | Flamantes 80 años de edad podría estar luciendo por estos días el uruguayo Julio María Sosa Venturini, de no haber mediado aquel fatal accidente que tronchó la vida de Julio Sosa (02-02-1926/26-11-1964) --nombre acotado para convertirse en seudónimo-- cuando apenas transitaba los treintiocho y había logrado elaborar ya uno de los más notables fenómenos de popularidad en el historial de la música ciudadana. Flamantes 80 años de edad podría estar luciendo por estos días el uruguayo Julio María Sosa Venturini, de no haber mediado aquel fatal accidente que tronchó la vida de Julio Sosa (02-02-1926/26-11-1964) --nombre acotado para convertirse en seudónimo-- cuando apenas transitaba los treintiocho y había logrado elaborar ya uno de los más notables fenómenos de popularidad en el historial de la música ciudadana. Cantor de registro grave y de muy varonil vocalización salió a la palestra en una época difícil, sobre todo porque lo suyo debió emerger frente a una avalancha de géneros comerciales que no por casualidad le ganaban largamente en difusión al legado tanguero de las décadas del '30 y del '40. Nativo de Canelones, con apenas 18 años dio su primer gran paso en la temática cuando logró acceder a los estudios de grabación Sandor, de Montevideo donde registró cinco temas junto a Luis Caruso, incluido Sur, en todo un atrevido cotejo con el reciente estreno del tema por parte de Edmundo Rivero en el legendario "Tibidabo", de Buenos Aires. La guarda vieja Sin duda, el comienzo de una historia grande en materia de interpretación, en la que matizó los mejores temas de la denominada guardia vieja con creaciones contemporáneas, forjando una imagen de virilidad y ternura que consiguió concitar la atención del piberío, amen del natural respeto de los adeptos de origen. Así, debe considerárselo como uno de los más activos hacedores de que el tango recuperara adhesiones multitudinarias, propias de sus mejores épocas. Ya instalado en Buenos Aires junto a la agrupación de Francini y Pontier dejó versiones inolvidables de El ciruja, Dicen que dicen, Por seguidora y por fiel, Viejo smocking y Olvidao, entre otros. Junto a la orquesta de Francisco Rotundo, surgió el rótulo de "El varón del tango" y llegaron notables creaciones de Levanta la frente, Dios te salve, m'hijo; y con Armando Pontier, Llorando la carta, Margo, El rosal de la ruinas y una actualísima y casi excluyente versión de Rencor. La etapa postrera de su labor lo vio triunfando y definitivamente ganador junto a Leopoldo Federico, "adueñándose" de temas como El último café o Que falta que me hacés, apoyado en un nivel popularidad sólo destinada a unos pocos, merced a la proyección de una imagen que le evitó cualquier comparación de condiciones canoras --valga el ejemplo-- con Roberto Goyeneche, cuyos inmensos recursos vocales y la versatilidad de su decir estaban todavía postergados en la consideración del gran público. Hasta la fatal colisión de su automóvil con un semáforo, cuando conducía a 100 kilómetros por hora y que provocara una su inesperada muerte, llegó a ser absurdamente tergiversada como una conjura (a lo sumo del destino), propio de reacciones emparentadas con idealizaciones de fuerte contenido popular.
Lo cierto es que, a más de cuarenta años de su lamentada desaparición física, la voz de Julio Sosa --registros mediante-- sigue siendo cosa de todos los días. Osvaldo De Rosa/"La Nueva Provincia"

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