viernes, 12 de abril de 2019

Reflexión

Tus manos sarmentosas se elevan en la niebla escuálidas y negras en la súplica muda recogiendo tan sólo del corazón que pasa una ausente mirada de indiferencia oscura. Cuántas veces te he visto tembloroso en el atrio de la vieja capilla guarecerte del frío cuyas finas agujas despiadadas y crueles mordían implacables en tu cuerpo aterido. Tus pupilas sin vida atisbaban la calle y en un esfuerzo estéril aguzabas tu oído con la vana esperanza de acercar tu miseria al gabán insolente de un señor presumido. Cuántas veces te he visto recoger tus harapos que estorbaban el paso de la dama elegante y otras veces te he visto, como a un Cristo, golpeado y a la calle empujado por un sucio gendarme. Y en la oscura calleja del dolor y del hambre yo te he visto encorvado arrastrando tus trapos masticando el recuerdo de un amor o de un hijo en los pliegues vetustos de un pasado lejano. Y a la puerta inflexible que cerró el egoísmo del estómago lleno y del cómodo sueño al mandato del hambre, el cansancio y el frío yo te he visto golpear con un tímido empeño e internarte más tarde como un tétrico duende en el negro bostezo que anochece sombrío y adornar tu cabeza de apóstol olvidado con mil perlas fugaces: el llanto del rocío. Quién supiera tu historia, tu niñez, tus anhelos y el pesar inaudito que ha empujado tus pasos a este triste destino de fantasma doliente a este negro sendero que apresura tu ocaso. Qué consuelo egoísta me has brindado al mirarte; comparando mis ropas y mis años tan nuevos a tus pobres harapos, a tus tristes achaques tu espantosa miseria me ha sanado por dentro. Me he quejado iracundo insultando a los cielos lamentando en blasfemias mis problemas pequeños y tus trapos gritaron a mi ciega experiencia que no me falta nada para vivir contento. Gracias, pues, buen amigo, acepta este dinero, que a cambio de las sucias monedas que te dejo como un valioso escudo me llevo tu recuerdo...

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